domingo, 30 de marzo de 2014

El 23-f y el Rey

No hay nuevo hoy en El Mundo, nada que no supieran los historiadores hace tiempo, la única novedad, importante, es que salga a toda castaña en la portada de un periódico, que no se atreve, eso sí, a darle el titular a la verdadera noticia.
El mismo periódico, por lo demás, que ha participado junto al resto de medios del circo-suárez de estos días.

miércoles, 26 de marzo de 2014

TC-Catalunya: En Madrid, júbilo; en Barcelona, desolación más que consuelo

Para 'El Mundo', 'Abc', 'La Razón', 'El Punt Avui' y 'Ara' la sentencia del Tribunal Constitucional que niega la soberanía catalana es inapelable; 'La Vanguardia' ve una puerta abierta; 'El País' y EL PERIÓDICO reservan hoy su opinión. 

El País: "El Tribunal Constitucional anula la declaración soberanista catalana"; "Madrid despide a Suárez con vivas a la democracia"; "Interior cambia la ley de seguridad ante las críticas de jueces y fiscales"; "Detenidos tres generales acusados de urdir un golpe contra Maduro"; "Obama impone límites a los programas de espionaje masivo".

El Mundo: "El TC acuerda anular la declaración soberanista del Parlamento catalán"; "España despide al presidente de 'la concordia"; "Activistas de Resistencia Galega lideraron el 22-M los ataques a la Policía"; "Marine Le Pen: 'Lo de Melilla se soluciona quitando la Sanidad y los colegios a los inmigrantes"; "Maduro mete en la cárcel a tres generales por 'golpistas"; "El estado se quedará con las autopistas en quiebra tras una quita del 50%".

Abc: "El Constitucional anula por unanimidad la declaración soberanista de Mas"; "Los españoles despiden a Suárez entre vítores"; "Iba de subidón. Le tiré una piedra en la cabeza cuando estaba en el suelo'. Uno de los radicales que atacaron a la Policía".

La Razón: "El TC prohíbe a Mas celebrar la consulta independentista"; "La concordia fue posible'. Suárez descansa desde ayer en la catedral de Ávila tras ser despedido por los españoles con gritos de '¡Gracias, presidente!"; "La Policía imputaba más de 30 delitos a los detenidos por los actos violentos del 22-M que el juez dejó en libertad".

Ara: “Catalunya és un subjecte polític i jurídic sobrirà. El TC diu no”.

El Punt Avui: “Diàleg 'Marca España'”

La Vanguardia: "El Constitucional niega la soberanía a Catalunya"; "Obama menosprecia el poder de Rusia"; "Los directores de la escuela pública podrán elegir maestros"; "Acuerdo para evitar los cortes de agua en casos de pobreza"; "Fumar es cosa de pobres... al menos en EEUU".

EL PERIODICO: "El Constitucional niega la soberanía catalana"; "Suárez ya reposa en la catedral de Ávila"; "Barça: 60 millones para fichar"; "Más poder para los directores de escuela"; "Canet Rock resucita".


El Periódico.

martes, 25 de marzo de 2014

Ocho apellidos vascos

http://youtu.be/YfopzNHLp4o

La otra sentimentalidad, Luis García Montero

https://www.cervantesvirtual.com/portales/luis_garcia_montero/obra-visor/la-otra-sentimentalidad-0/html/00b3e69a-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_0_

50 mil

Suárez: carrera política durante el franquismo

Miembro de la Secretaría General del Movimiento y jefe del Gabinete Técnico del vicesecretario general (1961)

Procurador en Cortes por Ávila (1967)

Gobernador civil de Segovia (1968).

Director general de Radiodifusión y Televisión (hasta 1973).

Ministro secretario general del Movimiento (1975).



Suárez (la tuerka)

http://www.publico.es/publico-tv/program/59/video/181740/la-tuerka-lunes-24-de-marzo

lunes, 24 de marzo de 2014

Sin 'dignidad' en las portadas de los periódicos de papel

La prensa de Barcelona valora más en sus portadas que la de Madrid las Marchas de la Dignidad. Los periódicos regionales de Vocento las ignoran, excepto ABC, que publica la foto de un encapuchado, piedra en mano. La Razón opta por sacar un palo de un manifestante.

Tratamiento de lo más dispar de la prensa impresa a las columnas de caminantes que durante un mes han recorrido España para acabar en la masiva concentración de ayer en la capital. (Así te lo hemos contado)
La prensa de Barcelona es la que más valora las Marchas de la Dignidad, frente a la prensa "de Madrid". Tanto El Periódico (VER PORTADA) como La Vanguardiaabren sus periódicos con la noticias de las marchas.
Bajo el título "Marea de dignidad", El Periódico publica a toda plana una imagen aérea de la concentración que demuestra el masivo seguimiento que tuvo.
Por su parte, La Vanguardia (VER PORTADA) abre el diario con una noticia a dos columnas bajo el título "El malestar por los recortes se hace oir en Madrid".
Los periódicos de papel que se imprimen en Madrid optan por una variopinta valoración editorialde las mareas de la dignidad.
El País (VER PORTADA) resuelve las Marchas de la Dignidad con una gran fotonoticiatitulada "Dignidad y gritos contra los recortes", y dos páginas de reportaje en su interior. Este diario abre el periódico con la preocupación de la policía sobre el regreso de yihadistas españoles que combaten en Siria. Tampoco dedica una editorial a la manifestación de ayer.
El Mundo (VER PORTADA)  titula en su primera página a cuatro columnas "Los indignados toman Madrid y exigen 'no pagar la deuda'". En su subtítulo, califica los disturbios al término de la protesta de "batalla campal que dejó más de 100 heridos y 24 detenidos". Su editorial lo dedica a "Un descontento compresible, una marcha sin ningún recorrido".
(Anoche los servicios de Emergencias confirmaron a Efe que los 101 heridos lo habían sido por heridas "leves o muy leves").
La Razón (VER PORTADAabre el diario con la noticia "22-M: la indignidad de la izquierda". La fotografía es una imagen captada durante los disturbios, con un manifestante palo en mano que se enfrenta a un policia. Como antetítulo figura: "Los radicales asaltan Madrid".
En su primera edición, La Razón había ignorado las marchas, para centrarse en el expresidente Adolfo Suárez, que agoniza en una clínica madrileña.
Los periódicos de Vocento ignoran la manifestación, excepto ABC que hace un paralelismo con la izquierda más radical.
ABC (VER PORTADA) resume la masiva concentración con la imagen de un encapuchado a punto de lanzar una piedra. La casualidad editorial hace que, dentras de la imagen, aparezca una especie de diana (VER IMAGEN) , lo que aporta un aire siniestro al manifestante. La dianaes el escudo en gris de la camiseta del entrenador del Real Madrid Carlo Ancelotti, que es quien merece la máxima valoración de este periódico ante el partido que se celebra esta noche.
Respecto al resto de los diarios regionales del grupo Vocento, la mayoría ignora las marchas. Sólo La Voz de Galicia lleva en portada una referencia: la del artículo de su director que analiza la actual situación política y social.
Ni El Correo, ni El Diario Montañés, ni El Heraldo de Aragón, ni Las Provincias hacen alusión alguna.
Gigantesca manifestación, según la prensa extranjera
Con otros ojos han visto los corresponsales en Madrid de la prensa extranjera.
Los diarios Le Monde y Libération coinciden en tildar la protesta de "gigantesca". Los medios franceses están centrados en la primera vuelta de sus elecciones municipales, que se celebran hoy. Le Monde resalta:"Gigantesca manifestación en Madrid para denunciar 'la urgencia social". Mientras, Libération destaca: "Los españoles marchan contra la austeridad"
La norteamericana Fox News publica un artículo de Associated Press, bajo el título: "Gran protesta en España contra las medidas de austeridad y los recortes de gasto".
La agencia Reuters habla de cientos de miles de manifestantes en un artículo titulado "Una protesta antiausteridad se vuelve violenta en la capital de España"
Fuente: Público

El 22-M en pancartas





















Fuente Público

Muere Suárez


Especial RTVE


El rey Juan Carlos y el presidente del Gobierno Adolfo Suárez, en 1976.

23 de febrero de 1981: Suárez acude en auxilio del teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, zarandeado por los golpistas que acaban de asaltar el Congreso. / MANUEL H. DE LEÓN (EFE)


El Rey (izqda.), junto a Suárez en la residencia del ex presidente del Gobierno, 2008 (El País).


Fotogalería El País

La primera etapa de Suárez (1966-1980)
 La vida del expresidente (1980-2009)


La memoria de Suárez (Luis García Montero)

La pérdida de memoria es uno de los remedios mejor utilizados en la construcción de la España oficial. El alzheimer de Adolfo Suárez ha cumplido también su papel. Cuando Adolfo Suárez hijo convocó a la prensa para anunciar el fallecimiento inminente de su padre, sentí tristeza, y no por Suárez, que llevaba 11 años desaparecido, inexistente, sino por nuestro país, por el impudor del circo levantado sobre nuestra realidad.

Yo no voy a olvidar todas las manifestaciones en la que participé contra su política, contra los suyos, contra la España que representaba.

Pero Adolfo Suárez, ahora, tenía derecho a dejar de sufrir. La familia podía haberse limitado a emitir un comunicado anunciando su fallecimiento después de tantos años de enfermedad. No esperó a la muerte, convocó a la prensa para anunciar que se iba a morir y luego lloró delante de los periodistas. Las lágrimas falsas no conmueven, dan pena y vergüenza.

Siento respeto por la figura de Suárez. No me creo la mitología oficial de la Transición española, su colaboración con el Rey, sus labores en favor de la democracia. Cuando él era gobernador franquista y jefe del Movimiento, muchos miles de españoles pasaban por la cárcel como luchadores en favor de la democracia. Ejecuciones, torturas y represión fueron las realidades y las palabras que persiguieron a todos los verdaderos demócratas por encima de sus disputas y sus diferencias. Me siento heredero de todos ellos. Mi respeto va dirigido a todos ellos.

La importancia de Suárez como demócrata tiene poco que ver con su colaboración con el Rey. Más valor, sin duda, tienen sus diferencias. Al colaborar con el Rey, Suárez no fue más que uno de los franquistas que quiso perpetuarse en la España oficial. Su labor como demócrata empezó de verdad no al ser designado presidente de Gobierno por Juan Carlos I, heredero de Franco, sino al ganar unas elecciones.

Hoy quizás se nos olvida el verdadero lugar ocupado por el Rey en los años de la llamada Transición. Una prensa sumisa no tenía permiso para comentar su historia, sus historietas, sus amoríos, sus negocios. Juan Carlos ejerció durante años como heredero de un dictador. La prensa soportaba problemas incluso para publicar una foto de primer plano en la que el monarca no estuviese agraciado. Un Rey con una nariz grande podía convertirse en un conflicto de Estado.

En esa situación, Adolfo Suarez llegó a creerse la democracia. Se atrevió a recordarle al Rey que un presidente de Gobierno era alguien elegido por los ciudadanos, alguien que no dependía del poder borbónico. Eso le complicó la vida. Los lectores de Anatomía de un instante, el libro de Javier Cercas sobre el golpe del teniente coronel Tejero, han podido enterarse en muy buena prosa de los desprecios del Rey y de su actitud hostil contra Suárez. El heredero de Franco no resistía que un presidente democrático se sintiera independiente ante sus interferencias. La coyuntura que propició el golpe de Estado del 23 de febrero tiene que ver con el deseo de cambiar a Suárez por el general Armada, un militar de devociones monárquicas.

Suárez merece respeto por haber defendido la independencia de la política frente a las intervenciones de la monarquía. Y sufrió por ello. Y fue expulsado de la presidencia por ello. Por eso resulta tan patético el esfuerzo de la prensa oficial para extender la mitología de la amistad de Suárez y el Rey. Cuando ya no existía su padre, hundido en la nada del alzheimer, Adolfo Suárez hijo recibió un premio periodístico importante por una foto en la que colocó al expresidente Suárez con el monarca en actitud de complicidad. ¡Qué desprecio al valor del verdadero fotoperiodismo! Fue una manipulación escandalosa. El anuncio por anticipado del fallecimiento inminente ha supuesto otra manipulación para facilitar el circo mediático y para volver a los cánticos en favor de la Transición cuando el prestigio del Rey anda por los suelos.

Descanse en paz Adolfo Suárez, un personaje que debe pasar a la historia. Pero no por representar a sus compañeros, que se portaron con él como lobos descarnados, sino por haber asumido una dignidad muy extraña entre los suyos.

El 23-F, el rey y el esperpento (Luis García Montero)

El programa del periodista Jordi Évole sobre el 23-F ha conseguido mucha audiencia y una ruidosa polémica posterior. El aplauso, la protesta y las explicaciones desatadas compiten en protagonismo con el debate sobre el Estado de la Nación, otra farsa emitida a la opinión pública en estos días de febrero lluvioso. La diferencia de matiz quizá radica en que los padres de la patria están hoy muy desacreditados, ya casi nadie se los cree, y Jordi Évole merece un respeto general conseguido gracias un periodismo bien hecho. Yo soy uno más de sus admiradores. Los padres de la patria parecen tatarabuelos de un cortijo y Évole representa las mejores posibilidades de una nueva generación.

¿Por qué no me gustó en este caso su programa? Una de las cuestiones más discutidas tiene que ver con el sentido del humor. El asunto da para mucho, ya que hay mil matices entre la sonrisa, la risa y la carcajada, y no es lo mismo que te diviertan o que se rían de ti. En cualquier caso, no creo sensato cerrar la discusión manteniendo que existen cosas sagradas de las que uno no puede reírse o sentenciando que en España falta sentido del humor. Envueltos ahora en los Carnavales de Cádiz, parece ridículo dudar del humor en este maltratado país.

Tampoco creo acertadas las protestas sobre el engaño vendido como producto periodístico. Nadie que viviera aquellos acontecimientos, nadie que esté informado sobre la intentona de aquel golpe a través de los libros, los reportajes y los testimonios de algunos protagonistas, pudo tardar más de dos minutos en darse cuenta del recurso elegido por Évole. Desde esta perspectiva había detalles suficientes para comprender desde el principio que se trataba de una farsa. El programa fue honrado con sus carcajadas.

Pero tampoco me parece aceptable el argumento de que se intentaba explicar que los medios de comunicación fabrican montajes y que las verdades oficiales son un cuento. ¿Hace falta hoy esa explicación? ¿Cuál es el sentido común de los ingenuos? El descrédito generalizado, un descrédito que afecta de manera principal a la prensa. La gente sabe que las líneas editoriales, las noticias seleccionadas y los directores son impuestos no ya por los intereses políticos, sino por los bancos y los grandes grupos económicos que mueven los hilos de la política. Detrás de un director puesto o depuesto está un Gobierno, y detrás de un Gobierno están los bancos o los fondos especulativos. Esa verdad está muy asumida. El reto de hoy, por el contrario, es demostrar que necesitamos y que se puede hacer un periodismo independiente.

Jordi Évole lo ha demostrado en muchas ocasiones. Cuando anunció que iba a dedicar un programa al 23-F, despertó un interés justificado en sus seguidores. Después de tantos años de aquel intento de golpe, quedan demasiados enigmas y silencios que desestabilizan la versión oficial. El papel del rey como salvador de la democracia está más que cuestionado. ¿Por qué fueron cabezas de la intentona militar Alfonso Armada y Jaime Milans del Bosch, los dos generales más monárquicos del ejército? ¿A qué se debió el desprecio constante del rey hacia Adolfo Suárez en los meses anteriores al golpe? Nunca un rey democrático ha maltratado tanto a un presidente de Gobierno elegido por las urnas.

Son preguntas, por resumir todo un largo interrogatorio, que me he hecho con frecuencia. Me resolvió muchas dudas Santiago Carrillo, con una explicación sensata, en una tarde de rara sinceridad en casa de nuestro amigo Teodulfo Lagunero. Detrás del 23-F, según me contó, hubo una trama política aprobada por el rey para sustituir el gobierno de Suárez por otro de unidad nacional presidido por Alfonso Armada. Como justificación de esa medida, en la que estuvieron de acuerdo algunos personajes seleccionados de la UCD, el PSOE y el PCE,  se pensó en una intentona militar que legitimase ante la opinión pública una solución de urgencia. Milans del Bosch pensó en utilizar a un golpista de verdad, el teniente coronel Tejero, como anzuelo. Así se cruzaron dos golpes, uno blando, que perseguía una democracia con recortes y tutelada por el rey, y un golpe duro que iba contra la democracia de forma total. La estrategia se rompió cuando Tejero, enterado en el congreso de la solución pactada, se negó a un Gobierno de partidos y exigió la línea dura. El teniente coronel se les fue de las manos a los conspiradores y, de esa forma paradójica, evitó el éxito del golpe blando. Aunque parezca un chiste, me dijo Carrillo, fue Tejero quien salvó a la democracia de un ridículo venenoso para el crédito de los partidos.

Cuando vi la farsa de Évole, no me conmovió lo que tenía de mentira, sino lo que había de esperpentización de la verdad. Valle-Inclán inventó el esperpento porque la España oficial de la Restauración borbónica era una mentira, y deformando lo que ya estaba deformado, es decir, la España oficial, aspiraba a establecer de nuevo la verdad de la España real. El programa de Évole, pese a sus buenas intenciones, ha hecho lo contrario: ha deformado una explicación sensata de la verdad para hacerla compatible con la farsa de la España oficial.

La tristeza es comprobar que ni siquiera Jordi Évole se atreve, tantos años después, a hacer un programa de preguntas serias e impertinentes sobre las puertas cerradas, los secretos y las responsabilidades del rey en el 23-F. Y eso es lo que esperábamos todos aquellos que no admitimos a un monarca, elegido por el caudillo Francisco Franco, como salvador de la democracia española. La risa, en este caso, era más vasalla y menos interesante que las preguntas de un periodista independiente.

Entrevista inédita a Adolfo Suárez: «Soy un hombre completamente desprestigiado» (Hemeroteca)

En 1980 Suárez concedió una entrevista a Josefina Martínez del Álamo que se salía de lo habitual. Fue una conversación tan franca que sus consejeros decidieron vetarla. ABC

En 1980 Suárez concedió una entrevista a Josefina Martínez del Álamo que se salía de lo habitual. Fue una conversación tan franca que sus consejeros decidieron vetarla. «Un presidente no puede ser tan sincero», dijeron. D7 rescata esas históricas confesiones con motivo de su 75 aniversario

En 1980 Adolfo Suárez erael presidente del Gobierno. Llevaba cuatro años gobernando, y las múltiples críticas le tenían acorralado. La inflación se disparaba, el paro aumentaba, las autonomías de doble velocidad despertaban los agravios comparativos. Todos sus actos y declaraciones pasaban por la criba de los prejuicios políticos. La derecha no le perdonaba la ruptura con el régimen anterior. La izquierda lo acusaba de no imponer la ruptura con el régimen anterior. Dentro de su partido le crecían los traidores. La prensa, la gran mayoría de la prensa, estrenó ¡por fin! su libertad de expresión haciendo verdadera leña de un presidente a punto de caer.

Pero Suárez, a muchas trancas y barrancas, intentaba la convivencia de todos, el respeto entre las corrientes opuestas, la aceptación «sin ira» de unas normas nuevas y de un nuevo futuro. Estaba practicando el diálogo sin patentes ni micrófonos.

Hoy todo son parabienes y medallas para esa figura tristemente quebrada. Como advertía Mihura sólo nuestras desgracias nos hacen perdonar nuestros éxitos. Pero bastaría con consultar las hemerotecas para dejarnos helados los aplausos.

Por aquellas fechas -julio del 80- Suárez estaba a punto de perder su confianza en Abril Martorell; algunos militares manifestaban ya ostensiblemente su descontento. El político más popular era quizás Francisco Fernández Ordóñez; y el presidente huía de la prensa -exceptuando la revista Hola- casi al grito de «vade retro»... Pero muchos de nosotros soñábamos con conseguir esa entrevista imposible.

Hacía seis meses que solicité la entrevista. Tres meses después me la concedieron. Sólo faltaba elegir el momento adecuado; fijarle fecha; esperar que el presidente tuviera dos horas libres para sentarme frente a él. Pero en la agenda de Suárez debe de haber anotaciones hasta en las tapas. Desde mayo sigo atentamente las idas y venidas del Jefe del Gobierno. Y me confieso desalentada: nunca encontrará el momento adecuado.

Por eso, cuando el Gabinete de Presidencia me envió la sorprendente oferta de acompañarlo en un viaje oficial a Perú, con la condición -eso sí- de que el resto de los periodistas invitados ignoren que yo estaba allí para hacerle una entrevista, me quedo perpleja. Y claro, acepto.

Y por fin, un mes después, nos sentamos en un sofá turquesa del Hotel Bolívar de Lima. A 10.000 kilómetros y a siete meses de distancia de mi primera solicitud.

Es la una de la madrugada. Adolfo Suárez acaba de volver de la cena ofrecida en el palacio del Gobierno. Ha llevado un día muy movido: tedeum, recepciones, investiduras... Está cansado. Marcelino Oreja se acerca a recordarle que mañana se tendrá que levantar a las siete.

Cuando nos dejan solos, el presidente se vuelve hacia mí: «¿Ve cómo por fin hablamos?... Yo cumplo lo que prometo. Podía usted confiar».

-Nunca lo dudé. Siempre pensé que haríamos esta entrevista.

«¿Sí?....» -me mira fijamente, sorprendido- «¡Pues es toda una prueba de fe!»

No sonríe. Parece asombrado de que alguien confíe en su palabra. Conecto la grabadora. Abro el cuaderno con las cien preguntas preparadas, y lo miro... Pero en vista de su gesto agotado, intento alguna conversación relajada para que olvide su prevención hacia la prensa.

-¿Sabe por qué quería entrevistarlo? Creo que es usted el gran desconocido. Los españoles no sabemos nada de Adolfo Suárez persona. Cómo se siente, cómo piensa.

«Yo soy el primer convencido de ello. No. No me conocen».

-Pues tienen derecho a conocerle. Si le votan, y si se ponen en sus manos, necesitan saber con quién se juegan el porvenir.

«Sí. Ellos tienen derecho; y yo tengo la obligación de explicarme. Estoy de acuerdo. Y voy a procurar remediar ese desconocimiento; a darles una respuesta. Quiero utilizar más los medios de comunicación. La televisión sobre todo... porque en televisión soy responsable de lo que digo, pero no soy responsable de lo que dicen que he dicho... Tengo muchísimo miedo de cómo escriben después las cosas que he dicho.»

«Soy reacio a las entrevistas»

-¿Por eso evita usted hablar con la prensa?

«Es que soy muy reacio a la entrevistas... Muy reacio».

Recuerdo que en el avión he presenciado cómo un periodista increpaba muy indignado al presidente por alguna información no recibida. Y cómo Adolfo Suárez endureció la mirada, borró la sonrisa, enseñó unos dientes afilados y calló al ofendido.

-Quizás el problema es también nuestro, de la prensa. Últimamente parece que algunos nos sentimos demasiado inclinados a ser protagonistas.

«Sí. Yo noto ese afán de protagonismo. Algunos periodistas me preguntan sobre un tema político para tratar de convencerme de sus posturas. Entonces les digo: ¿Ustedes, qué quieren: saber mi opinión o convencerme de la suya?... Porque si vienen a hacerme una entrevista, les interesará conocer mi criterio, supongo. Y tendrían que escucharlo libre de prejuicios. Después, ustedes lo estudian, se informan y, si no les gusta, lo critican... Después, todo lo que ustedes quieran».

«Pero sólo se tienen presentes a ellos mismos. Escriben para ellos mismos... Los comentarios políticos suelen ser mensajes que no entiende casi nadie. De ahí que la prensa tenga cada vez menos lectores. De ahí que los políticos estén cada día más separados del pueblo... Porque han acabado todos cociéndose en la gran cloaca madrileña... Y molesta mucho que yo hable de una gran cloaca madrileña. ¡Pero es verdad! No existe la preocupación de sobrevolar por encima. Nadie intenta hacer una crítica objetiva de las actuaciones políticas, con independencia del partido que realiza la acción».

«La prensa persigue intereses concretos -políticos o personales del político que le informa-. Defiende las conveniencias de alguien que instrumentaliza a ese periodista. Y los periodistas se han convertido en correas de transmisión de los intereses de grupos determinados».

«Hay excepciones, desde luego. Pero, por desgracia, esa es la tónica general».

«Esta tarde les decía a unos periodistas: ¿pero cómo es posible que tengan ustedes el más mínimo respeto a una persona que les cuenta lo que ha ocurrido, lo que se ha tratado en un consejo de ministros o en alguna reunión de naturaleza totalmente reservada? ¡Para mí, ese señor se habría acabado! Porque no me ofrecería ninguna imagen de seriedad, ni de responsabilidad, ni de nada. Pero ustedes colocan a esa persona en la punta de lanza de la popularidad... quizás por pagarle el precio de una información... Eso es deleznable... Y se está dando mucho en la política española».

-Supongo que tiene usted razón. Aunque yo no soy ninguna experta.

«¡No... no! Yo tampoco soy un experto. Simplemente observo una realidad que me parece muy grave, porque nadie intenta remediarla. No se entrevé ningún síntoma de corrección. Y la gente se está apartando de todo. De todo».

«...Y noto, además, que algunos periodistas no intentan obtener los datos necesarios para hacer una información exacta. He hablado de Autonomías con un grupo de periodistas. Y les he dicho: ¿ustedes se dan cuenta de que han desprestigiado totalmente el estatuto gallego? Les pregunto: ¿lo ha leído alguno de ustedes? Y no... ¿Y han leído ustedes el título octavo de la Constitución?... Y no».

Esos que opinan y no saben

«Y es más: me reuní con los intelectuales gallegos que habían criticado el Estatuto de Galicia. Los he llamado reservadamente. Los he invitado a almorzar. He ido con el estatuto y lo he puesto encima de la mesa: «Señores, vamos a mirar artículo por artículo dónde está la ofensa a Galicia...» ¡Y me confesaron que no lo habían leído!... Cuando todos ellos se habían manifestado públicamente en contra... Sólo porque Alfonso Guerra había dicho que aquello era una ofensa a Galicia. Y Fraga había dicho que aquello era una ofensa a Galicia... Así que funcionaban simplemente por el ruido del tam-tam de la selva. Yo repito a menudo que en España está ocurriendo un fenómeno muy grave: las cosas entran por el oído, se expulsan por la boca y no pasan nunca por el cerebro... casi nunca pasan por la reflexión previa».

«Pero es un hecho que está ahí; que sucede. Y luchar contra ello es muy difícil... Yo he intentado combatirlo muchas veces... ¡Y así me va!»

«... Así me va... Soy un hombre absolutamente desprestigiado. Sé que he llegado a unos niveles de desprestigio bastante notables... he sufrido una enorme erosión».

-¿Y por qué no intenta arreglarlo? Debe tener una solución.

«Si. Pero la tiene utilizando los mismos procedimientos; y no me gusta. No quiero convertirme en un hombre que busca sectores que lo cuiden, que lo mimen... ¡En absoluto no va conmigo!. Yo sólo digo que me juzguen por mis obras. ¡Dios mío... que no son todas deleznables!».

La hora, el vacío del salón, el silencio... El presidente se ha vuelto de perfil y mira a un punto perdido en la cristalera del salón. Baja la voz casi hasta el murmullo. A veces inclina la cabeza y la balancea lentamente. Fuma y se pasa la mano por la frente... mientras, enlaza los pensamientos hilvanados con alguna pausa. Sólo cuando el ensimismamiento amenaza con prolongar su silencio yo intervengo, apenas, con alguna frase corta; como dándole el pie para que avance en su monólogo. Nada más. Y la voz de Adolfo Suárez continúa al margen de mi presencia.

«Desde luego, el 80 por ciento de lo que se escribe de mí no responde a la realidad... ¿Y qué voy a hacer? ¿Usted sabe lo que supone pasarse el día rectificando? ¡Es horrible! «Quién calla, otorga presidente», suelen decir los periodistas. Pero ustedes comprenderán que si alguieninventa una cosa, y la prensa la recibe como noticia y no la contrasta y la publica, yo no puedo dedicarme a desmentirla... Me faltarían horas para eso».

-Cuando se ocupa un primer puesto, se reciben más críticas que parabienes.

«Sí -admite en voz baja-. Es verdad. Parto de esa base y la acepto. Pero también es verdad que no se puede luchar contra la irreflexión. Es muy difícil que una persona asuma sus propios defectos. Y cuando se los dice alguien que además es presidente del Gobierno, creen que está buscando unos niveles importantes de aprobación personal».

«No se le puede advertir a nadie: usted se equivoca porque no lee; usted se equivoca porque no estudia; no se informa de los hechos... Decir eso es muy grave».

-A cualquiera le resulta difícil de aceptar ¿no?

«Nadie lo admite casi nunca. Consideran que es una ofensa personal. Y aumenta todavía el grado de irritación contra mí. He llegado a la conclusión de que es mejor callar. Y es lo que suelo hacer».

La voz es ya un susurro. El gesto y el tono son de fatalidad.

«Yo sé que me he equivocado en muchas cosas. Pero el resultado final es favorable. Si creyera que es cierto en un 80 por ciento lo que dicen de mí, tendría que corregirme. Pero de tantas acusaciones, sólo un 30 por ciento tiene alguna base real... Es verdad que he cometido errores. No hay persona que no los cometa. Pero la mayoría de las veces, no tanto por lo que me acusan: excesiva concentración de poder. Al revés: mi error ha sido no ejercer el poder que legítimamente me corresponde».

-No crea. Quizás los políticos y la prensa le acusen de excesiva concentración de poderes. Pero la gente de la calle se queja de lo contrario: de que no lo ejerce.

«Pues ésa es una acusación cierta. Sobre todo este último año... Y tenía razones para obrar así. Aunque quizás eran justificaciones personales, porque a la vista del resultado no pueden ser justificaciones institucionales...»

«Lo que ocurrió es que hice una delegación de poder y durante siete u ocho meses, en algunos aspectos, no he tenido los hilos de la información. Los he conservado en política exterior, en seguridad ciudadana... pero se me han escapado otros; fundamentalmente en el Parlamento. Ahora, los estoy recuperando a marchas forzadas».

«Reconozco que he cometido un error grave que quiero corregir... Que no sé si seré capaz de corregir... Bueno, ¡estoy seguro que lo corregiré! Tal vez tengo excesiva confianza en mí mismo. Y eso no es bueno...».

-¿Por qué? Estar dispuesto a superar errores y circunstancias adversas es una buena cosa.

«Yo creo estar especialmente dotado para eso... cuando me siento acosado, salgo hacia delante. Pero no es tan bueno. Lo deseable sería mantener siempre el mismo nivel de exigencia personal... Tengo muchos defectos... Muchos. Pero soy consciente de ellos y lucho por corregirlos, no crea. Pero los asumo -sonríe- sé mis limitaciones, pero conozco también mis posibilidades. Y combinando ambas cosas se obtiene un producto más o menos aceptable... visto lo que abunda en la clase política española y en la internacional».

-¿En la internacional también?

«Pues verá... Al principio, en mis primeros contactos internacionales, me impresionaba conocer a aquellos políticos que siempre había admirado...»

-Y se deslumbró.

«!No...! -niega, lentamente, con la cabeza-... No me deslumbré. En absoluto. Al revés: fui creciéndome yo mismo. Y empecé a sentir una gran preocupación por el destino del mundo, en función de las personas que lo dirigen... Al final, he llegado a la conclusión de que los políticos son hombres como los demás. En el fondo, las cualidades que verdaderamente cuentan son las humanas».

«Un político no puede ser un hombre frío. Su primera obligación es no convertirse en un autómata. Tiene que recordar que cada una de sus decisiones afecta a seres humanos. A unos beneficia y a otros perjudica. Y debe recordar siempre a los perjudicados... Gracias a Dios, yo no lo he olvidado nunca. Pero se sufre porque no puedes tomar decisiones satisfactorias a corto plazo para todos los españoles. Aunque esperas que sean positivas en el futuro y asumes el riesgo... Hay personas que no ven a los gobernados uno a uno... Yo los sigo viendo. ¡les veo hasta las caras!»

«Otro requisito indispensable en un político es la capacidad para aceptar los hechos tal y como vienen, y saber seguir hacia delante. Nunca puede sentirse deprimido. Tiene que continuar luchando. Confiar en lo que siempre ha defendido y en los objetivos programados a largo plazo... Pasar por encima de las coyunturas. Porque, a veces, las circunstancias pueden desvirtuar el destino histórico de un país. Y es preferible decir sí a la Historia que a la coyuntura. Yo lucho, intento luchar, contra esas coyunturas».

-Supondrá una gran tensión... Como nadar contra corriente.

«Sí -baja más la voz-. Una tensión tremenda... hay que estar dispuesto a aceptar un grado enorme de impopularidad -como en una confesión hecha a sí mismo, arrastra las palabras-. Pero yo estoy dispuesto a eso. Lo estuve desde el primer día en que fui presidente».

«Hubo una primera época en que el ambiente jugaba a mi favor. Y yo no opino, como muchos, que el pueblo español estaba pidiendo a gritos libertad. En absoluto, El ansia de libertad lo sentían sólo aquellas personas para las que su ausencia era como la falta de aire para respirar. Pero el pueblo español, en general, ya tenía unas cotas de libertad que consideraba más o menos aceptables... Se pusieron detrás de mí y se volcaron en el referéndum del 76, porque yo los alejaba del peligro de una confrontación a la muerte de Franco. No me apoyaban por ilusiones y anhelos de libertades, sino por miedo a esa confrontación; porque yo los apartaba de los cuernos de ese toro...»

«Cuando en el año 77 se consolida la democracia y las leyes reconocen libertades nuevas, pero también traen aparejadas responsabilidades individuales y colectivas, empieza lo que llaman el desencanto... ¡El desencanto! Yo no creo que el pueblo español haya estado encantado jamás. La Historia no le ha dado motivos casi nunca».

«Tuvimos que aprender que los problemas reales de un país exigen que todos arrimemos el hombro; exigen un altísimo sentido de corresponsabilidad. Y sin embargo, los políticos no transmitimos esa imagen de esfuerzo común... La clase política le estamos dando un espectáculo terrible al pueblo español».

-Bueno, yo escucho a la gente ¿sabe? y cada día se siente menos representada por sus políticos. Tienen la sensación de que en el Parlamento sólo se juega a hacer política de partidos... Y no se refieren sólo a usted, sino a la clase política en general.

«... Y yo también. Yo también». Balancea la cabeza afirmativamente. Su voz es ahora un murmullo casi indescifrable.

«Es verdad. Somos todos. Somos los políticos. Los profesionales de la Administración... La imagen que ofrecemos es terrible... Vivimos una crisis profunda que no es, en absoluto, achacable al sistema político. Pero la democracia exige a todos una responsabilidad permanente. Si nosotros fuéramos capaces de transmitir al pueblo ese sentido de responsabilidad, si lo tuviéramos perfectamente informado, el pueblo español asumiría todo lo que supone la soberanía ciudadana».

«Pero le hemos hecho creer que la democracia iba a resolver todos los grandes males que pueden existir en España... Y no era cierto. La democracia es sólo un sistema de convivencia. El menos malo de los que existen».

Se ha hecho el silencio. Por fin, Adolfo Suárez está solo con su pensamiento.

-Señor Suárez, usted ha hablado de actuar siempre con perspectivas históricas, de sacrificar el presente en aras del futuro... ¿Espera también encontrar su compensación en la Historia?

«No. Yo no tengo vocación de estar en la Historia. Además, creo que ya estaré; aunque sólo ocupe una línea. Pero eso no compensa... Hoy, ahora, tengo la satisfacción de poder seguir haciendo lo que debo hacer... Y no siempre ha sido así... Mi mayor preocupación actual es la convivencia. La democracia puede ser más o menos buena, pero lleva en sí unos altos niveles de perfeccionamiento. Y la perfección máxima consiste en la convivencia perfecta. Hay que crear las condiciones necesarias para que los españoles convivan por encima de sus ideas políticas; que las ideologías no dañen las relaciones de amistad, de vecindad».

«Sé que es un objetivo posible; estoy convencido. Y si lo conseguimos, habremos hecho una labor histórica de primera magnitud. Por fin habríamos acabado con todas las previsiones de enfrentamientos históricos. La transición española dará un ejemplo al mundo».

«El símbolo, para mí, es que sean amigos personas de partidos diferentes, pero amigos. Que por la mañana puedan ir a votar juntos, y después sigan charlando y discrepen, pero civilizadamente. Que no traslademos al país nuestro rencor personal. Que no ahondemos con diferencias políticas las diferencias regionales y económicas que ya existen. Diferencias que, además, tampoco son insalvables... ese es mi auténtico objetivo. Esa sería mi compensación».

-Pero como usted ya forma parte de la Historia... ¿Qué le gustaría que escribieran en esa línea que le corresponde?

«Creo que la Historia de esta época sólo será objetiva cuando pase mucho tiempo. Pero ahora, de inmediato, se verá afectada por las propias posiciones personales. Yo escucho y leo muchas cosas que se han escrito en los últimos cuatro años... !Y hay una cantidad de inexactitudes y de errores de perspectiva!... Cualquiera sabe lo que dirá la Historia dentro de 30 o 40 años... Por lo menos, pienso que no podrá decir que yo perseguí mis intereses.

Admitirá que luché, sobre todo, por lograr esa convivencia; que intenté conciliar los intereses y los principios..., y en caso de duda, me incliné siempre por los principios».

-¿Qué pesa más: las insatisfacciones o la alegrías?

«Es muy difícil de calcular. Los hechos no son tan simples. Si examino una situación y pienso que algunas cosas van por el camino que pretendía... entonces tengo una alegría enorme. Tuve una gran satisfacción en el año 76; y la he tenido con algunos textos legales que han salido como queríamos; y con esa convivencia que, pese a todo, se está dando en el Parlamento...»

«Insatisfacciones... muchas. Ingratitudes, más bien diría que muchísimas... Bueno, ingratitud no es la palabra exacta, aunque las he recibido. Lo malo es la incomprensión. ¿Usted sabe las cosas que han dicho de mí? Personalmente me afecta poco lo que digan... pero me preocupo por mi hijos. Por si un día llegan a creer que su padre era todo eso que se escribe en la prensa...

-¿La incomprensión le ha resultado alguna vez insoportable?

«Sí. Me ha producido ratos amargos, cansancios. Ha habido momentos terribles».

-Y los superó...

«Pero resisto. Yo suelo decir que me he empeñado en un combate de boxeo, en el que no estoy dispuesto a pegar un solo golpe. Quiero ganar el combate en el quince round por agotamiento del contrario... ¡Así que debo tener una gran capacidad de aguante!... »

«Es una imagen que refleja bien mi postura. Si en mis decisiones públicas hubiera un pequeño ingrediente personal -el más mínimo- derivado de las ofensas que he recibido, en ese mismo instante me marcharía. Porque estaría cometiendo los mismos errores que se han cometido históricamente. Caería en las equivocaciones de esos políticos que, por razones personales, llevaron a España a enfrentamientos muy graves».

«A veces cuesta un gran esfuerzo mantener esta actitud... A mí me han estado insultando de una forma tremenda... Y yo he seguido saludando con el mismo gesto, con la misma intención, hasta con el mismo afecto, a la persona que me insultaba...»

-Pues eso tiene su mérito.

«Eso es tener un cierto sentido de responsabilidad -de nuevo su voz se vuelve hacia sí mismo-... de responsabilidad histórica... que la da el cargo. Yo he sido siempre un hombre responsable».

«Y también me influye la ilusión que conservo. La ilusión de que es posible conseguir lo que me había propuesto. Los políticos se rinden, a menudo, porque no ponen todo el esfuerzo necesario para alcanzar la meta; porque priman los objetivos a corto plazo. Pero yo todavía tengo una enorme ilusión. La misma que tuve toda mi vida».

-¿Toda su vida?... ¿Cuándo pensó que sería jefe de Gobierno?

«Siempre. Lo comentaba incluso con los amigos».

-¡Qué curioso!... Es raro que se cumplan los sueños.

«Sí. Pero eso satisface el primer año. Después, no te llena lo suficiente, porque entran en juego otras cosas más importantes».

«Se me acusa de ser un hombre ambicioso... ¡Pero ¿es que nadie se ha parado a pensar que ya se han cumplido todas mis ambiciones personales? Todas. No me falta ni una... ¿Y usted cree que el poder, por sí mismo, satisface a quienes lo poseen?»

-Pues si no satisface, por lo menos apasiona ¿no?

«Desde luego es apasionante... apasionante». Su afirmación queda flotando en el aire.

«...Y no digo que el poder no satisfaga, lo que quiero explicar es que por sí mismo no puede justificarse. El poder sólo se justifica en función del cumplimiento de unos objetivos, por supuesto no personales. Además, yo no he disfrutado las compensaciones personales que el poder comporta. Nadie puede negar que soy un hombre volcado en mi trabajo; no se me ve en cócteles ni en cenas, ni en ninguna de esas facetas agradables de la vida pública... Paso el día estudiando documentos, leyendo expedientes, analizando acontecimientos. Despacho los asuntos urgentes... Recibo visitas; me entrevisto con economistas, con especialistas en los temas que me preocupan. Procuro hablar con las personas que tienen una opinión diferente a la mía para ahondar en sus razones... Son muchos deberes. Mi primera obligación es convencer. Tengo un partido político que apoya mi gestión. Y no puedo decir: esto se hace así porque yo lo he decidido. Vivo convenciendo...»

«Ni siquiera estoy demasiado tiempo sentado. Me levanto y paseo muy a menudo. Necesito moverme».

«Soy un hombre inquieto»

-¿Por qué? ¿Por una constante tensión nerviosa?

«Bueno, yo soy un hombre inquieto, vital... Pero me domino muy bien».

Lo observo. La mirada, directa. El apretón de manos, firme. Las palabras, ahora que ha vuelto de su mundo interior, decididas. Es un hombre segurísimo, convencido.

«Lo he pasado muy mal. Pero cuando uno ha sido cocinero antes que fraile, y ha conocido muchas situaciones, aprende a dominarse».

De nuevo vienen a advertirle de la hora. Les preocupa el programa de mañana: «presidente, tiene que madrugar...»

-Si está cansado lo dejamos, señor Suárez.

Se pasa la mano por los ojos.

«Estoy un poco cansado... Sí».

-Seguiremos en otro momento, ¿no? En realidad me quedan por hacerle todas la preguntas....

«Por supuesto -me tranquiliza-. Además, hemos quedado en que esta entrevista la haremos en varias ocasiones».

Un día después, en el vuelo de vuelta a Madrid, lo miro mientras habla con los periodistas. Tiene algo de pez escurridizo. Con la cara de frente, los ojos miran de perfil. Parece inmóvil, pero se escapa.

En cambio, la noche anterior el cansancio, el silencio y la soledad sacaron a flote otro hombre agotado. Me faltó preguntarle si al final de la jornada siempre repasa los buenos y los malos momentos, si reflexiona y hace autocrítica.

Todavía en el avión, en un momento de distracción general, me promete bajito: «Seguiremos hablando. Habrá otra ocasión».

Sin embargo, la ocasión no se presentó o sus adjuntos la impidieron. A saber. No obstante las insistencias de mis idas y llamadas a La Moncloa. Y cuando yo, por compromiso y deferencia, le envié la trascripción de la conversación mantenida en la madrugada de Lima, sus consejeros dilucidarony discreparon si se debería o no publicar. A pesar de Josep Meliá o del apoyo de Chencho Arias, triunfó el no «porque el presidente no puede ser tan sincero».

Pero el hecho es que lo había sido. Demasiado sincero. Y la entrevista quedó encerrada en un cajón y en mi «debe» indignado. Ahora, releída con la serenidad sabia que dan los años, reconozco que un presidente no podía ser públicamente tan sincero. Pero ahora también, cuando le llueven los homenajes y las nostalgias, creo que es bueno que quienes lo criticaban tanto, de los que se dolía, o todos los demás que apenas lo han conocido sepan cómo pensaba y cómo se sentía.

Por aquella época, y al final de algún segundo encuentro, Adolfo Suárez, todavía presidente, me dijo: «Es usted la única persona en España con la que estoy en deuda. Le debo una entrevista».

-Y si no, publico ésta.

«Y si no, en su día, publica ésta...»

Dos meses después dimitió.

Palabras para la Historia

Quien habla en esta entrevista es un hombre de Estado a ratos amargo, harto de encajar golpes, atacado con una saña desmedida, desengañado con la clase política y duro con la Prensa. Una insoportable tensión política y emocional que vuelca en una conversación sin ataduras. Tanta sinceridad, por lo visto, pareció inconveniente a algunos de sus consejeros, que pidieron que se archivara la entrevista. Pero, cuando se cumple el 75 aniversario del hombre que lideró la transición, creemos que no hay mayor homenaje que la publicación de estas confesiones. El lector va a sentir una cierta nostalgia ante un presidente que asegura no tener «vocación de estar en la historia», pero que levanta el vuelo por encima de sectarismos y políticas chusqueras. Suárez se sitúa en la «Historia», porque, como él mismo dice, no le interesa «la coyuntura», sino los principios. Y sus palabras pueden enseñarnos mucho en estos tiempos de «coyuntura»

"une Nation d’illettrés"

 “Les connaissances des jeunes entrant en quatrième en 2023 ont fait l'objet d'une évaluation nationale portant sur 7 039 établissem...