miércoles, 30 de abril de 2014

¿Qué empresas usaron a esclavos del franquismo?

La explotación económica de los vencidos llevó a la dictadura franquista al extremo de emplear a más de 400.000 presos políticos como trabajadores forzados.

Compañías públicas y privadas –algunas cotizan en el IBEX 35– resultaron beneficiarias de mano de obra gratuita en la mayoría de sectores productivos.

El trabajo esclavo forma parte de la querella argentina contra los crímenes del franquismo y la Ley de Memoria Democrática prevé hacer "copartícipes" de la "reparación" de los reclusos a las "organizaciones" implicadas.


El franquismo llegó al extremo de usar presos políticos como esclavos. Fiel a la explotación económica de los vencidos como "botín de guerra". Había que "reconstruir" el país y... ¿qué empresas emplearon mano de obra gratuita durante la dictadura? La iglesia, el ejército sublevado e instituciones públicas. Pero no sólo. Entidades privadas de casi cualquier sector se beneficiaron del empleo de más de 400.000 reclusos en régimen limítrofe a la esclavitud. Algunas cotizan hoy en el IBEX 35, herederas de aquellas actividades primigenias o extirpadas de su germen económico. eldiario.es.

Pilar Urbano, el relato del 23-F y la clase dirigente española

Escribir sobre el 23-F es meterse en un avispero. Como ha ocurrido con el asesinato de Kennedy, o con los grandes atentados fascistas de Italia en el periodo 1969-1984, se trata de sucesos cuya parte visible es tan solo la punta del iceberg. La tentación de especular sobre la gran masa que permanece sumergida resulta irresistible. Como además este tipo de sucesos contiene flecos sueltos, indicios equívocos, casualidades, incoherencias, etc., la imaginación pueda echar a volar, formando teorías muy complejas de naturaleza conspirativa. De ahí que Jordi Évole pudiera jugar con los telespectadores en su ya célebre programa Operación Palace...
 
29/04/2014 
Ignacio Sánchez-Cuenca

Adolfo Suárez, a Estados Unidos: "Fraga sería un desastre como presidente"

Un mes antes de la muerte de Franco, Suárez aseguró a miembros de la embajada norteamericana en Madrid que Manuel Fraga provocaba "una profunda desconfianza", por lo que no era la persona adecuada para pilotar la transición
De acuerdo a cables diplomáticos desclasificados por EE.UU y recopilados por el portal Wikileaks, el entonces príncipe Juan Carlos trasmitió en septiembre del 75 al embajador estadounidense su temor a no poder mantener el apoyo del Ejército "más allá de cuatro años". Los documentos revelan también que Gutiérrez Mellado se mostró inflexible en el 77 con la pretensión de EEUU de utilizar puertos comerciales españoles para buques nucleares.

Nada escapaba al escrutinio de la lupa estadounidense y menos en los convulsos años 70. Así lo ponen de manifiesto los últimos cables diplomáticos desclasificados por el Gobierno norteamericano que han sido recopilados por Wikileaks. El portal fundado por Julian Assange ampliaba su biblioteca virtual el pasado día 24 de Abril con más de 350.000 nuevos documentos diplomáticos correspondientes al año 1977, que se han puesto a disposición de los internautas bajo la etiqueta de Carter cables (en referencia al presidente de turno). Estos nuevos archivos se suman a los llamados Kissinger cables, que fueron publicados hace meses en la web de Wikileaks y que abarcan desde el 1973 al 1976. En total, más de dos millones de documentos que aportan interesantes revelaciones sobre años clave no sólo en la historia del siglo XX sino también en la historia de España.
Suárez y la desconfianza de Fraga
El 29 de octubre de 1975, el embajador norteamericano en Madrid, Wells Stabler (que ocupó el cargo desde 1975 a 1978) escribió una nota confidencial dirigida al Departamento de Estado en Washington dando cuenta de una reunión mantenida con "Adolfo Suárez, el joven y dinámico líder" del régimen. Franco estaba entonces al borde de la muerte y las incógnitas sobre cómo llevar a cabo el proceso de transferencia de poder crecían por minutos. En ese contexto, según el cable firmado por Stabler, Adolfo Suarez aseguró ante miembros de la embajada que "(Manuel) Fraga sería un desastre como presidente", dado que provocaba "una profunda desconfianza" por su trayectoria, aunque consideró que sí debería ser parte de un futuro gabinete.
Don Juan Carlos y su temor a perder el apoyo militar
Dado el papel crucial del entonces príncipe don Juan Carlos, no es extraño que el embajador estadounidense hiciese todo lo posible por ganarse la confianza del futuro monarca. Algo que finalmente consiguió, de acuerdo a los documentos desclasificados (hay cables recogiendo hasta cuatro reuniones en ocho meses). Según un texto enviado por Stabler el 26 de mayo de 1975, don Juan Carlos le confesó no querer abandonar España durante los meses de incertidumbre sobre la salud del dictador a pesar de que varias personas (entre ellas el presidente francés Giscard D'Estaing) así se lo habían aconsejado. Según escribió la embajada a Washington, "el Príncipe cree que una ausencia prolongada en esos momentos le perjudicaría". En esa misma conversación, el futuro Rey habría reconocido ante el diplomático norteamericano sentirse "aislado e ignorado" por la familia Franco.
Pocos meses antes de la muerte de Franco, el 3 de septiembre del 75, el embajador Stabler escribió que don Juan Carlos le había trasmitido su temor a no poder mantener el apoyo del Ejército "más allá de cuatro años". De acurdo al texto, el futuro Rey aseguró que si el cambio de régimen no llegaba pronto y, a menos que se le prestase mayor atención a las necesidades materiales y personales de la Fuerzas Armadas, "el periodo podría ser incluso más corto"
Wikileaks
Stabler, que relataba de manera muy prolija sus conversaciones con el Príncipe, vería con estupor cómo parte del contenido de las mismas terminaría llegando a oídos de Francia debido a una indiscreción del embajador norteamericano en Rabat; así se desprende de un cable fechado a finales de 1975 en el que el embajador en Madrid se queja de "no poder mantener la necesaria confianza del príncipe don Juan Carlos si mi información circula por embajadas carentes de discreción".
Rota y el no de Gutiérrez Mellado a los buques nucleares
Durante los últimos meses del franquismo, las negociaciones sobre el uso de la base de Rota generaron ciertas "tensiones" no sólo dentro del Comité de Defensa Nacional sino también entre ciertos ministros del régimen, según el relato de la Embajada estadounidense en Madrid. En un cable fechado el 18 de julio del 75, el embajador Stabler asegura que "ciertos ministros (entre ellos el de la Presidencia Carro Martínez) consideran muy baja la compensación recibida por España", ya que esta se limitaba a 500 millones de dólares en créditos a cinco años para comprar armamento estadounidense, principalmente aviones F-17 y F4c y misiles Red Eye y Stinger.
Ya con Adolfo Suárez en la presidencia, la Marina de EE.UU. trasmitió a España en 1977 su intención de llevar a cabo escalas técnicas de buques nucleares en puertos civiles como Palma o Barcelona. El ministro de Defensa, Manuel Gutiérrez Mellado, de acuerdo a un cable fechado el 31 de octubre de ese año, prohibió las citadas escalas esgrimiendola "gran impopularidad de tales visitas que resultarían perjudiciales para ambos gobiernos". Gutiérrez Mellado había dicho no, meses antes, a las pretensiones norteamericanas de ampliar su flota de aviones cisterna en España.
La censura, la prensa y la CÍA
Cuando Luis Carrero Blanco llevaba dos meses en la Presidencia del Gobierno, el embajador norteamericano le visitó en su despacho, según queda reflejado en un cable fechado el 1 de agosto de 1973. La conversación comenzó con una mención por parte de Carrero al reciente estallido del Caso Watergate (destapado por los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward, que permitió conocer las actividades ilegales del presidente Nixon). El delfín de Franco trasmitió al diplomático norteamericano su "condena por el papel jugado por la prensa en el asunto", a la que acusó de "sacar provecho de todo este asunto"
Dos años después, el 20 de septiembre del 75, el Ministerio de Información anunció a la Embajada norteamericana su decisión de "emprender acciones contra el periódico Nuevo Diario por la publicación de un artículo "ofensivo" contra Estados Unidos".El texto en cuestión, titulado Goodbye Mr. Marshall tachaba a EEUU de "país repugnante en cuanto a sus relaciones internacionales". Según el cable, el régimen dudaba "entre suspender al periodista o directamente acabar cerrando el periódico". Sin embargo, las molestias que España decide tomarse por esta publicación sorprenden al propio ministro consejero Samuel .D. Eaton. En el cable, deja clara su intención de transmitir a Madrid lo antes posible que en ningún momento Washington pretende tomar medidas ni asumir las consecuencias que de ellas se derivaran.
Wikileaks
El mismo Eaton redactaría un cable el 23 de marzo del 77 para informar al Departamento de Estado de la publicación de un reportaje en el que se especulaba sobre la posible presencia de agentes de la CIA en España. La historia publicada en el semanal Guadiana especulaba con la posibilidad de que Manuel Fraga trabajase en realidad para la Agencia norteamericana. En cuanto al fondo de los artículos, la embajada planea "no comentarlos" calificando las fuentes de "altamente inexactas". Sin embargo Eaton sí consultó a Washington si debía desmentir la vinculación de Fraga con la CIA. "Quedo a la espera directrices", escribió el consejero.

sábado, 26 de abril de 2014

La voz (laboral)

El evangelio fascista. La formación de la cultura política del franquismo (1930-1950). Ferran Gallego. Crítica. Barcelona, 2014


Desde la aparición de una documentada historia del nazismo (De Munich a Auschwitz, 2001, y De Auschwitz a Berlín, 2005), el profesor barcelonés Ferran Gallego se ha dedicado con intensidad al estudio del fascismo español y foráneo. Ni es tarea fácil, ni deja de suscitar riesgos y alguna vez hasta sospechas. Para realizarla reúne aptitudes fundamentales: el certero instinto de hallar las citas (y saber leerlas) y la atención a la dimensión psicológica de las actitudes políticas. Sabe, por tanto, que el fascismo —sombra negra de la modernidad— puede ser a la vez salvaje y persuasivo, monolítico en sus aspiraciones y elástico en las formas, patológico siempre, pero también muy común como enfermedad transitoria. Entre sus libros posteriores los hay dictados por el desengaño lúcido (El mito de la Transición, 2008), y otros, por la aguda exploración de caracteres abominables (Todos los hombres del Führer, 2006); de un modo u otro, todos exploran las formas de engañarse y engañar.

Estos propósitos inspiran también las casi mil páginas de El evangelio fascista. La formación de la cultura política del franquismo (1930-1950), escritas en una prosa muy nítida y precisa, aunque el párrafo sea caudaloso, y en plena madurez reflexiva. Gallego tiene el don de la síntesis —esa revelación que llega al autor cuando su trabajo la merece—, a la vez que mantiene intacta la pasión de descubrir y analizar. Creo que nunca se había revisado con tanta intensidad, a pie de textos y de cotejos, la naturaleza católica y fascista del régimen de Franco, yendo más allá de las viejas polémicas sobre si fue totalitario o autoritario, o sobre la presunta hegemonía disputada entre católicos y falangistas, o sobre el diferente grado de protagonismo de los actores del acoso a la República y la fundación del Régimen. El resultado de sus maniobras fue el que sabemos: fracasados en el golpe militar de julio, ganaron la guerra que habían elegido y consiguieron la tortuosa, pero eficaz, construcción de un Estado que, de algún modo, persiste, además de haber dejado alguna herencia indeseable en las actitudes de algunas élites políticas y en el cínico pragmatismo de algunas capas sociales.

Fracasados en el golpe militar de julio, ganaron la guerra y construyeron un Estado que, de algún modo, persiste

Gallego ha reconstruido muy bien la experiencia del endeble fascismo español entre 1933 y 1936, donde aclara la marginación de Ledesma Ramos, el papel de Onésimo Redondo y, una vez más, las ambigüedades y las maniobras de José Antonio Primo de Rivera. Hubo ciertamente un fascismo débil, pero lo compensó aquella fuerte fascistización general, donde quien más se reclamaba de fascista era el monárquico José Calvo Sotelo. “Lo que resulta propio del fascismo”, escribe Gallego, “es la manera en que es capaz de realizar la síntesis y modernización del discurso de la contrarrevolución”, que se apoya en las imágenes de “la patria en peligro y la proyección utópica de una nación en marcha”. La “dinámica de su constitución” se aceleró a favor de la guerra civil, que fue —como demuestra el autor— factor aglutinante y sello legitimador, donde convergen unos y otros.

Las páginas sobre la contienda inician la segunda parte de la obra que ya había hecho un demorado censo de las actitudes apocalípticas que la presagiaron, en apartados tan jugosos como ‘La vía fascista hacia la guerra civil’ y ‘La guerra civil, proceso constituyente del fascismo’. Pero no son menos importantes (y quizá más innovadoras) las precisiones sobre el uso de la consigna del “Imperio”, desde el plano filosófico (que utilizó el Ledesma de 1930 cuando hablaba: “La filosofía, disciplina imperial”) hasta la existencia de una Nación en estado de celo constitutivo y a la reinterpretación del pasado patrio. Ninguna hipótesis carece de textos que la evidencien. Es particularmente interesante la lectura de Jerarquía, la revista negra de Falange, o la de F.E., de parecido talante; son siempre necesarias las citas del delirante Giménez Caballero, a quien nadie hacía demasiado caso, pero siempre era la voz de su amo, o las de Pemán, el más sagaz de los muchos oportunistas. Demoledores resultan los textos de Antonio Tovar, que mereció un indulto ideológico quizá prematuro, muy similar al que lucró el grupo de teóricos de la política, embebidos de lecturas alemanas (que juntaban a Carl Schmitt con los antifascistas Hermann Heller y Hans Kelsen), a los que se cita a menudo: Luis Legaz Lacambra, Maximiliano Gómez Arboleya, Juan Beneyto, Francisco Javier Conde. El capítulo ‘Sub specie aeternitatis. Historia y legitimación del 18 de julio’ rescata del olvido la reconstrucción de la historia de España en la etapa de primera “desfasticización” y concluye con la confrontación de dos conocidos libros de 1949: España como problema, de Laín Entralgo, que recuperaba el discurso radical de 1898 para el nuevo Estado, y España, sin problema, un título que Rafael Calvo Serer modificó a última hora para entrar en la polémica, donde se postulaba una Restauración de la tradición que el otro parecía olvidar: “Lo que importaba para todos”, recuerda Gallego, “era el establecimiento o la amplitud de los límites de la Victoria, nunca su impugnación”.

El evangelio fascista. La formación de la cultura política del franquismo (1930-1950). Ferran Gallego. Crítica. Barcelona, 2014. 979 páginas. 39,90 euros (electrónico: 14,99 euros). 
Por JJosé-Carlos Maine, publicado en El País.

martes, 22 de abril de 2014

Clásicos varios





Bibliografía mínima sobre comentario de textos

Azaustre Galiana, A. y Casas Rigall, J., Manual de retórica española, Barcelona, Ariel, 1997.
Carrasco, I y G. Fernández Ariza, eds., El comentario de textos, Universidad de Málaga, 1998.
Díez Borque, José María, Comentario de textos literarios. Métodos y práctica, Madrid, Playor, 1977.
Díez Borque, José María, (ed.), Métodos de estudio de la obra literaria, Madrid, Taurus, 1985.
Domínguez Caparrós, José, Introducción al comentario de textos, Madrid, MEC, 1977.
Estébanez Calderón, D., Diccionario de términos literarios, Madrid, Alianza, 1996.
Lapesa, R., Introducción a los estudios literarios, Barcelona, Rauter, 1947; Salamanca,  Anaya, 1964; Madrid, Cátedra, 1986.
Lausberg, H., Elementos de retórica literaria, Madrid, Gredos, 1975.
Lázaro Carreter, F. y G. Correa Calderón, Cómo se comenta un texto literario, Madrid, Cátedra, 1974.
Lázaro Carreter, F., Diccionario de términos filológicos, Madrid, Gredos, 1968.  
López-Casanova, A. y Alonso, E., Poesía y novela. Teoría, método de análisis y práctica textual, Valencia, Bello, 1982.
López-Casanova, A., El texto poético. Teoría y metodología, Salamanca, El Colegio de España, 1994.
Marchese, A. y J. Forradellas, Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria, Barcelona, Ariel, 1986.
Navarro Durán, R., La mirada al texto. Comentario de textos literarios, Barcelona, 1995.
Paraíso, Isabel, El comentario de textos poéticos, Madrid, Júcar, 1988.
Platas Tasende, A. Mª, Diccionario de términos literarios, Madrid, Espasa-Calpe, 2000.
Rubio Martín, María, R. de la Fuente y Gutiérrez Flórez, El comentario de textos narrativos y teatrales, Ediciones del Colegio de Salamanca, 1994.
Villanueva, Darío, El comentario de textos narrativos: novela y cuento, Madrid, Mare Nostrum, 2006.
VV. AA., El comentario de textos, Madrid, Castalia, 4 vols., 1973-1983. 

Declaración de Primo de Rivera

'Ocho apellidos vascos', la película española con más espectadores de la historia con 6,5 millones


Delenda est Monarchia

El error Berenguer

No, no es una errata. Es probable que en los libros futuros de historia de España se encuentre un capítulo con el mismo título que este artículo. El buen lector, que es el cauteloso y alerta, habrá advertido que en esa expresión el señor Berenguer no es el sujeto del error, sino el objeto. No se dice que el error sea de Berenguer, sino más bien lo contrario —que Berenguer es del error, que Berenguer es un error—. Son otros, pues, quienes lo han cometido y cometen; otros toda una porción de España, aunque, a mi juicio, no muy grande. Por ello trasciende ese error los límites de la equivocación individual y quedará inscrito en la historia de nuestro país.

Estos párrafos pretenden dibujar, con los menos aspavientos posibles, en qué consiste desliz tan importante, tan histórico.

Para esto necesitamos proceder magnánimamente, acomodando el aparato ocular a lo esencial y cuantioso, retrayendo la vista de toda cuestión personal y de detalle. Por eso, yo voy a suponer aquí que ni el presidente del gobierno ni ninguno de sus ministros han cometido error alguno en su actuación concreta y particular. Después de todo, no está esto muy lejos de la pura verdad. Esos hombres no habrán hecho ninguna cosa positiva de grueso calibre; pero es justo reconocer que han ejecutado pocas indiscreciones. Algunos de ellos han hecho más. El señor Tormo, por ejemplo, ha conseguido lo que parecía imposible: que a estas fechas la situación estudiantil no se haya convertido en un conflicto grave. Es mucho menos fácil de lo que la gente puede suponer que exista, rebus sic stantibus, y dentro del régimen actual, otra persona, sea cual fuere, que hubiera podido lograr tan inverosímil cosa. Las llamadas «derechas» no se lo agradecen porque la especie humana es demasiado estúpida para agradecer que alguien le evite una enfermedad. Es preciso que la enfermedad llegue, que el ciudadano se retuerza de dolor y de angustia: entonces siente «generosamente» exquisita gratitud hacia quien le quita le enfermedad que le ha martirizado. Pero así, en seco, sin martirio previo, el hombre, sobre todo el feliz hombre de la «derecha», es profundamente ingrato.

Es probable también que la labor del señor Wais para retener la ruina de la moneda merezca un especial aplauso. Pero, sin que yo lo ponga en duda, no estoy tan seguro como de lo anterior, porque entiendo muy poco de materias económicas, y eso poquísimo que entiendo me hace disentir de la opinión general, que concede tanta importancia al problema de nuestro cambio. Creo que, por desgracia, no es la moneda lo que constituye el problema verdaderamente grave, catastrófico y sustancial de la economía española —nótese bien, de la española—. Pero, repito, estoy dispuesto a suponer lo contrario y que el Sr. Wals ha sido el Cid de la peseta. Tanto mejor para España, y tanto mejor para lo que voy a decir, pues cuantos menos errores haya cometido este Gobierno, tanto mejor se verá el error que es.

Un Gobierno es, ante todo, la política que viene a presentar. En nuestro caso se trata de una política sencillísima. Es un monomio. Se reduce a un tema. Cien veces lo ha repetido el señor Berenguer. La política de este Gobierno consiste en cumplir la resolución adoptada por la Corona de volver a la normalidad por los medios normales. Aunque la cosa es clara como «¡buenos días!», conviene que el lector se fije. El fin de la política es la normalidad. Sus medios son... los normales.

Yo no recuerdo haber oído hablar nunca de una política más sencilla que ésta. Esta vez, el Poder público, el Régimen, se ha hartado de ser sencillo.

Bien. Pero ¿a qué hechos, a qué situación de la vida pública responde el Régimen con una política tan simple y unicelular? ¡Ah!, eso todos lo sabemos. La situación histórica a que tal política responde era también muy sencilla. Era ésta: España, una nación de sobre veinte millones de habitantes, que venía ya de antiguo arrastrando una existencia política bastante poco normal, ha sufrido durante siete años un régimen de absoluta anormalidad en el Poder público, el cual ha usado medios de tal modo anormales, que nadie, así, de pronto, podrá recordar haber sido usados nunca ni dentro ni fuera de España, ni en este ni en cualquier otro siglo. Lo cual anda muy lejos de ser una frase. Desde mi rincón sigo estupefacto ante el hecho de que todavía ningún sabedor de historia jurídica se haya ocupado en hacer notar a los españoles minuciosamente y con pruebas exuberantes esta estricta verdad: que no es imposible, pero sí sumamente difícil, hablando en serio y con todo rigor, encontrar un régimen de Poder público como el que ha sido de hecho nuestra Dictadura en todo al ámbito de la historia, incluyendo los pueblos salvajes. Sólo el que tiene una idea completamente errónea de lo que son los pueblos salvajes puede ignorar que la situación de derecho público en que hemos vivido es más salvaje todavía, y no sólo es anormal con respecto a España y al siglo XX, sino que posee el rango de una insólita anormalidad en la historia humana. Hay quien cree poder controvertir esto sin más que hacer constar el hecho de que la Dictadura no ha matado; pero eso, precisamente eso —creer que el derecho se reduce a no asesinar—, es una idea del derecho inferior a la que han solido tener los pueblos salvajes.

La Dictadura ha sido un poder omnímodo y sin límites, que no sólo ha operado sin ley ni responsabilidad, sin norma no ya establecida, pero ni aun conocida, sino que no se ha circunscrito a la órbita de lo público, antes bien ha penetrado en el orden privadísimo brutal y soezmente. Colmo de todo ello es que no se ha contentado con mandar a pleno y frenético arbitrio, «sino que aún le ha sobrado holgura de Poder para insultar líricamente a personas y cosas colectivas e individuales. No hay punto de la vida española en que la Dictadura no haya puesto su innoble mano de sayón. Esa mano ha hecho saltar las puertas de las cajas de los Bancos, y esa misma mano, de paso, se ha entretenido en escribir todo género de opiniones estultísimas, hasta sobre la literatura que los poetas españoles. Claro que esto último no es de importancia sustantiva, entre otras cosas porque a los poetas los traían sin cuidado las opiniones literarias de los dictadores y sus criados; pero lo cito precisamente como un colmo para que conste y recuerde y simbolice la abracadabrante y sin par situación por que hemos pasado. Yo ahora no pretendo agitar la opinión, sino, al contrario, definir y razonar, que es mi primario deber y oficio. Por eso eludo recordar aquí, con sus espeluznantes pelos y señales, los actos más graves de la Dictadura. Quiero, muy deliberadamente, evitar lo patético. Aspiro hoy a persuadir y no a conmover. Pero he tenido que evocar con un mínimum de evidencia lo que la Dictadura fue. Hoy parece un cuento. Yo necesitaba recordar que no es un cuento, sino que fue un hecho.

Y que a ese hecho responde el Régimen con el Gobierno Berenguer, cuya política significa: volvamos tranquilamente a la normalidad por los medios más normales, hagamos «como si» aquí no hubiese pasado nada radicalmente nuevo, sustancialmente anormal.

Eso, eso es todo lo que el Régimen puede ofrecer, en este momento tan difícil para Europa entera, a los veinte millones de hombres ya maltraídos de antiguo, después de haberlos vejado, pisoteado, envilecido y esquilmado durante siete años. Y, no obstante, pretende, impávido, seguir al frente de los destinos históricos de esos españoles y de esta España.

Pero no es eso lo peor. Lo peor son los motivos por los que cree poderse contentar con ofrecer tan insolente ficción.

El Estado tradicional, es decir, la Monarquía, se ha ido formando un surtido de ideas sobre el modo de ser de los españoles. Piensa, por ejemplo, que moralmente pertenecen a la familia de los óvidos, que en política son gente mansurrona y lanar, que lo aguantan y lo sufren todo sin rechistar, que no tienen sentido de los deberes civiles, que son informales, que a las cuestiones de derecho y, en general, públicas, presentan una epidermis córnea. Como mi única misión en esta vida es decir lo que creo verdad, —y, por supuesto, desdecirme tan pronto como alguien me demuestre que padecía equivocación—, no puedo ocultar que esas ideas sociológicas sobre el español tenidas por su Estado son, en dosis considerable, ciertas. Bien está, pues, que la Monarquía piense eso, que lo sepa y cuente con ello; pero es intolerable que se prevalga de ello. Cuanta mayor verdad sean, razón de más para que la Monarquía, responsable ante el Altísimo de nuestros últimos destinos históricos, se hubiese extenuado, hora por hora, en corregir tales defectos, excitando la vitalidad política persiguiendo cuanto fomentase su modorra moral y su propensión lanuda. No obstante, ha hecho todo lo contrario. Desde Sagunto, la Monarquía no ha hecho más que especular sobre los vicios españoles, y su política ha consistido en aprovecharlos para su exclusiva comodidad. La frase que en los edificios del Estado español se ha repetido más veces ésta: «¡En España no pasa nada!» La cosa es repugnante, repugnante como para vomitar entera la historia española de los últimos sesenta años; pero nadie honradamente podrá negar que la frecuencia de esa frase es un hecho.

He aquí los motivos por los cuales el Régimen ha creído posible también en esta ocasión superlativa responder, no más que decretando esta ficción: Aquí no ha pasado nada. Esta ficción es el Gobierno Berenguer.

Pero esta vez se ha equivocado. Se trataba de dar largas. Se contaba con que pocos meses de gobierno emoliente bastarían para hacer olvidar a la amnesia celtíbera de los siete años de Dictadura. Por otra parte, del anuncio de elecciones se esperaba mucho. Entre las ideas sociológicas, nada equivocadas, que sobre España posee el Régimen actual, está esa de que los españoles se compran con actas. Por eso ha usado siempre los comicios —función suprema y como sacramental de la convivencia civil— con instintos simonianos. Desde que mi generación asiste a la vida pública no ha visto en el Estado otro comportamiento que esa especulación sobre los vicios nacionales. Ese comportamiento se llama en latín y en buen castellano: indecencia, indecoro. El Estado en vez de ser inexorable educador de nuestra raza desmoralizada, no ha hecho más que arrellanarse en la indecencia nacional.

Pero esta vez se ha equivocado. Este es el error Berenguer. Al cabo de diez meses, la opinión pública está menos resuelta que nunca a olvidar la «gran viltà» que fue la Dictadura. El Régimen sigue solitario, acordonado como leproso en lazareto. No hay un hombre hábil que quiera acercarse a él; actas, carteras, promesas —las cuentas de vidrio perpetuas—, no han servido esta vez de nada. Al contrario: esta última ficción colma el vaso. La reacción indignada de España empieza ahora, precisamente ahora, y no hace diez meses. España se toma siempre tiempo, el suyo.

Y no vale oponer a lo dicho que el advenimiento de la Dictadura fue inevitable y, en consecuencia, irresponsable. No discutamos ahora las causas de la Dictadura. Ya hablaremos de ellas otro día, porque, en verdad, está aún hoy el asunto aproximadamente intacto. Para el razonamiento presentado antes la cuestión es indiferente. Supongamos un instante que el advenimiento de la dictadura fue inevitable. Pero esto, ni que decir tiene, no vela lo más mínimo el hecho de que sus actos después de advenir fueron una creciente y monumental injuria, un crimen de lesa patria, de lesa historia, de lesa dignidad pública y privada. Por tanto, si el Régimen la aceptó obligado, razón de más para que al terminar se hubiese dicho: Hemos padecido una incalculable desdicha. La normalidad que constituía la unión civil de los españoles se ha roto. La continuidad de la historia legal se ha quebrado. No existe el Estado español. ¡Españoles: reconstruid vuestro Estado!

Pero no ha hecho esto, que era lo congruente con la desastrosa situación, sino todo lo contrario. Quiere una vez más salir del paso, como si los veinte millones de españoles estuviésemos ahí para que él saliese del paso. Busca a alguien que se encargue de la ficción, que realice la política del «aquí no ha pasado nada». Encuentra sólo un general amnistiado.

Este es el error Berenguer de que la historia hablará.

Y como es irremediablemente un error, somos nosotros, y no el Régimen mismo; nosotros gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestro conciudadanos: ¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!

Delenda est Monarchia.- José Ortega y Gasset.

El Sol, 15 de noviembre de 1930

miércoles, 16 de abril de 2014

Luis García Montero, Además



Luis García Montero, Además, Madrid, Hiperión, 1994, pp. 11-12.

España, a la cabeza en pobreza infantil y a la cola en ayudas sociales

Casi tres millones de niños -uno de cada tres- están en riesgo de pobreza en España, según un informe de Save the Children que eleva a 27 millones la cifra de menores vulnerables en Europa.
El número de niños europeos en riesgo de pobreza y exclusión se ha incrementado en más de un millón desde el inicio de la crisis en 2008 y ronda ya los 27 millones en toda la UE. España no sólo encabeza las tasas de pobreza infantil por detrás de Rumanía sino que se sitúa a la cola de los países europeos (sólo superada por Grecia) a la hora de combatir la desigualdad con ayudas sociales cada vez más ineficaces y debilitadas por los recortes. Save the Children reclama medidas urgentes porque "la pobreza infantil no puede esperar a la anunciada recuperación económica".

lunes, 14 de abril de 2014

Artur Mas: «Transformer les élections catalanes en référendum»

Président du gouvernement régional de Catalogne depuis novembre 2010, Artur Mas a enfourché le cheval de l'indépendantisme en 2012. Son parti nationaliste de centre droit, CiU, s'était illustré jusqu'à présent par sa capacité à tisser des accords avec Madrid au bénéfice de la région. Le Figaro.

La Segunda República: de la fiesta popular al golpe de Estado

“Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo”, dejó escrito el rey Alfonso XIII en la nota con la que se despedía de los españoles, antes de abandonar el Palacio Real la noche del martes 14 de abril de 1931. Cuando llegó a París, comienzo de su exilio, Alfonso XIII declaró que la República era “una tormenta que pasará rápidamente”. Tardó en pasar más de lo que él pensaba, o deseaba. Más de cinco años duró esa República en paz, antes de que una sublevación militar y una guerra la destruyeran por las armas... El País.

martes, 8 de abril de 2014

Las dos Españas: la monárquica y la republicana (Vicenç Navarro)

Vicenç Navarro

Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
En España siempre ha habido, a lo largo de su historia, dos concepciones de España. Una, la España de siempre, continuadora de la España imperial, basada históricamente en la Corona de Castilla (lo que explica que la lengua oficial de España sea el castellano), con una visión jacobina del Estado, dominado este por la Monarquía, el Ejército, la Iglesia y los poderes fácticos –económicos y financieros– que dominan la vida económica y política del país. Esta España, centrada en Madrid, la capital del reino, es la que ha tenido y continúa teniendo como himno la Marcha Real, y como bandera la bandera borbónica. Su jefatura ha ido variando de monarcas a dictadores, y de dictadores a monarcas. Su Estado nunca ha respetado la plurinacionalidad de España. Un indicador de esta visión de España se conserva todavía en su sistema de transporte ferroviario, de claro carácter radial.
Ni que decir tiene que esta España ha ido variando con el tiempo y cambios notables han tenido lugar durante el periodo democrático como resultado de la influencia de los partidos democráticos y, muy en particular, de los partidos de izquierda, que han podido imprimir su propia marca democrática. Estos cambios, sin embargo, no han sido suficientes para hablar de ruptura con el Estado anterior, máxima expresión de aquella visión de España (ver mi artículo No hubo ruptura durante la TransiciónPúblico). Decir esto no quiere decir que el Estado democrático sea una mera continuación del Estado dictatorial (como se interpreta maliciosamente la observación de que no hubo una ruptura con el régimen anterior durante la Transición). Pero la evidencia muestra claramente que el Estado y su aparato tenían y continúan teniendo muchísimos elementos heredados del régimen dictatorial anterior, y que, obviamente, condicionaron y continúan condicionando en gran manera las políticas públicas del sistema político actual.

La otra visión de España es la republicana y pluricéntrica, que apareció (sin nunca poder desarrollarse), en sus inicios, sobre todo durante la II República, y que ofrecía el potencial de posibilitar otra España, una España más democrática, poliédrica, policéntrica y no radial, laica, plurinacional y federal. Ni que decir tiene que la II República no fue la máxima expresión de esta otra España. Pero sí que permitía poder desarrollar otra vía distinta a la visión de la España uninacional y radial. Esta otra visión apareció en los programas de la futura España democrática de la mayoría de los partidos de izquierda, incluido el PSOE, en la clandestinidad. Así, el PSOE tenía en su programa el establecer una España federal, en la que cada nación tendría el derecho de autodeterminación (lo que ahora se llama derecho a decidir), definiendo el tipo de articulación con el Estado español que deseara.

De ahí que el PSOE, en una fecha tan reciente como octubre de 1974, subrayara en el Congreso de Suresnes que “la definitiva solución del problema de las nacionalidades y regiones que integran el Estado español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas, que comporta la facultad de que cada nacionalidad y región pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español” (Resolución sobre nacionalidades y regiones). Y más tarde, en el 27 Congreso del PSOE en diciembre de 1976, se aprobó que “el Partido Socialista propugnará el ejercicio libre del derecho a la autodeterminación por la totalidad de las nacionalidades y regionalidades que compondrán en pie de igualdad el Estado federal que preconizamos… La Constitución garantizará el derecho de autodeterminación”, manteniendo que “el análisis histórico nos dice que en la actual coyuntura la lucha por la liberación de las nacionalidades… no es opuesta, sino complementaria con el internacionalismo de la clase trabajadora”.
¿Qué pasó durante la Transición?
Pero este compromiso desapareció durante la Transición, y ello como resultado, en parte, de las presiones de la Monarquía y del Ejército. De ahí que la Constitución hable de España como la única nación, asignando al Ejército (que era sucesor, en aquel momento, del Ejército golpista que había realizado el golpe militar para evitar, entre otras cosas, el establecimiento de la plurinacionalidad de España) la misión de garantizar su unidad. Creer que la Transición fue modélica y que fue el producto del pacto entre iguales es de una inmensa frivolidad. Las derechas, herederas de los vencedores de la Guerra Civil, controlaban todas las ramas del Estado y la gran mayoría de los medios de información, mientras que las izquierdas acababan de salir de la clandestinidad. No era posible que fuera un pacto consumado entre iguales. Y no lo fue. Las derechas dominaron el proceso y el producto que este determinó: una democracia muy limitada que no resolvió el enorme retraso social de España (hoy España continúa teniendo uno de los gastos públicos sociales por habitante más bajos de la UE-15) ni tampoco resolvió su problema nacional.
Repito, para que no haya malentendidos, que durante el periodo democrático, y muy en especial durante la época de gobierno del PSOE, hubo un adelanto de gran valor e intensidad, sin que ello significara, sin embargo, una ruptura con el aparato del Estado anterior. Al no haber ruptura, se permitió que los grupos financieros y económicos, así como los establishments conservadores, continuaran siendo dominantes en las instituciones del Estado. La evidencia existente de ello es robusta y clara. Es este dominio del Estado por parte de las fuerzas conservadoras lo que explica la enorme subfinanciación del Estado del Bienestar. Y el tema nacional continúa sin resolverse. Es cierto que el Estado ha sido descentralizado en las CCAA, estableciéndose el Estado de las Autonomías, pero este Estado no ha resuelto el tema nacional. Su “café para todos” no es, como a veces se afirma, una forma de federalismo. Todo lo contrario, diluye, cuando no niega, la plurinacionalidad del Estado. Es más, aun cuando las CCAA significaron una descentralización, el Estado continuó siendo de una normativización muy centralizada. Referirse, pues, al Estado español como un Estado federal no se corresponde con la realidad. He vivido en varios países federales y España no es como uno de ellos.
Valga añadir que otra consecuencia del dominio conservador en el aparato del Estado ha sido la limitadísima democracia existente en el país, que se refleja tanto en la escasa proporcionalidad del sistema electoral (que sistemáticamente favorece a los territorios conservadores), como en las escasísimas posibilidades de favorecer otras formas de participación democrática, tales como referéndums y otras expresiones del derecho a decidir, tanto a nivel central como autonómico y municipal. La democracia española es claramente de baja calidad, lo cual se refleja, por ejemplo, en su abundante corrupción, inmunidad y escasa transparencia.
La situación en Catalunya: separatismo o redefinición de España
Por extraño que parezca, en Catalunya el separatismo, en cuanto al deseo de establecer una Catalunya independiente de España, ha sido siempre un sentimiento minoritario. ERC, por raro que parezca, no fue un partido independentista hasta hace poco. Y el President Companys, que fue ministro del gobierno republicano español, quería establecer un Estado catalán dentro de una federación española. La casi totalidad de las izquierdas catalanas (y las españolas) eran federalistas, no separatistas. Fueron las derechas y algunas voces de las izquierdas nacionalistas españolistas las que, intolerantes frente a cualquier otra visión de España que no fuera la suya, definieron a esas fuerzas políticas como separatistas o incluso anti España. Muchos de estos supuestos separatistas tienen banderas españolas republicanas y banderas catalanas en su tumba. Lo sé porque tengo familiares entre ellos. Murieron por Catalunya y por otra España distinta de la que tenemos. Por cierto, quiero aclarar que utilizo el término españolista de la misma manera que en Catalunya se utiliza el término catalanista. En ningún caso, la utilización de este término tiene una voluntad peyorativa. No utilizo el término español porque considero que a los que el establishment españolista define como nacionalismos periféricos o catalanistas son tan españoles como el españolista cree ser. La monopolización de España por el nacionalismo españolista es una de las raíces del “problema español”, que se relativiza llamándole el “problema catalán”.
De ahí que la gran mayoría de las izquierdas catalanas fueran siempre auténticamente federalistas. Y así lo habían sido las izquierdas españolas hasta que vino la Transición, que cambió su postura. Ello creó claras tensiones entre el socialismo catalán y el español. El primero quería una España policéntrica y no radial, que respetara el carácter nacional de Catalunya –es decir, que se la considerase como nación. El tripartito reflejó claramente esta postura en el Estatuto que promovió. Y ello no fue debido a la alianza con ERC (que había dejado de ser federalista y que se opuso al Estatuto de Catalunya), sino a la presión del PSC y de los herederos del PSUC (esta última siendo la fuerza política que mejor conjugó la lucha de clases con la lucha nacional). Fue el President Maragall (que siempre tuvo muy mala prensa en el establishment radicado en la capital del Reino) el que introdujo el Estatuto que representaba, en su versión original, la postura alternativa y distinta a la España radial. La respuesta de la dirección del PSOE fue decepcionante. Incluso se insultó al President Montilla y a una de las dirigentes socialistas más populares (Manuela de Madre), presentándolos como contaminados por el nacionalismo catalán. Tras esta respuesta estaba la defensa acérrima del nacionalismo españolista, que es el más fuerte, dominante y asfixiante de todos los nacionalismos existentes en España, y que incluso niega ser nacionalista. Los “cepillados” para adaptar el Estatuto a la sacrosanta Constitución y el veto de sus elementos clave por parte del Tribunal Constitucional del Estado español, eran el indicador para muchos catalanes de que Catalunya nunca alcanzaría a tener la personalidad deseada dentro del Estado español. El enorme crecimiento del independentismo en Catalunya explica el redescubrimiento del federalismo por parte del PSOE, proponiéndose un tipo de federalismo tardío e insuficiente.
Añádase a ello el sinnúmero de artículos en los medios del establishment español, centrado en Madrid, que constantemente insultan a las fuerzas soberanistas, algunas independentistas y otras no, definiéndolas como “insolidarias”, “victimistas”, “egoístas” y una larga retahíla de epítetos que muestran su grado de insensibilidad. Por lo visto, quejarse del enorme centralismo del sistema de transporte, o de que todas las instituciones del Estado central español estén en Madrid, o de que se necesite el permiso del ministerio para aprobar asignaturas en un programa docente, se presentan, predeciblemente, como características del “victimismo”. Y así un largo etcétera.
El hecho más llamativo de lo que ocurre en Catalunya
De ahí el creciente hartazgo en Catalunya. El fenómeno más llamativo hoy en Catalunya es el número creciente de personas que se sienten españolas y de izquierdas que no creen que el Estado español tenga la capacidad de transformarse en un Estado auténticamente democrático y federal, con una democracia auténticamente representativa y participativa, con amplias formas de democracia directa, como referéndums, con una política fiscal progresiva, y con un Estado social más desarrollado que el que tiene. Y de ahí que muchos de ellos votarían hoy por la independencia de Catalunya.
Por cierto, que este rechazo y hastío se da también en España, donde el 82% de la población no cree que el Estado los represente. El famoso eslogan “no nos representan” del movimiento 15-M está ampliamente asumido por la mayoría de la población española. De ahí que haya una gran simpatía y afinidad a los dos lados del Ebro en su lucha para cambiar profundamente Catalunya y España. Ayuda a ello el hecho de que la gran mayoría de catalanes no son antiespañoles. El grupo mayor de los distintos grupos que se definen por su identidad son los catalanes que se sienten también españoles. Pero desear (como lo desea la gran mayoría de la población que vive en Catalunya) el derecho a decidir para Catalunya no es ser antiespañol, como maliciosamente se presenta en gran parte de los medios. En realidad, uno de los aspectos más novedosos e importantes es la creciente movilización de la otra España, la España republicana, tan bien expresada en las excelentes Marchas de la Dignidad, donde ciudadanos de a pie de todos los pueblos de España (la España real, en oposición a la España oficial) expresaron su rechazo a este Estado (ver mi artículo Las necesarias Marchas de la DignidadPúblico, 25.03.14).
Ahora bien, como resultado de estas movilizaciones estamos viendo cambios muy significativos, de una enorme importancia, tales como que la tercera fuerza parlamentaria en las Cortes Españolas, Izquierda Unida, haya apoyado el derecho a decidir de la población en Catalunya, mostrando su coherencia con la postura de las izquierdas españolas, coherencia que no se ha dado en el PSOE. Esta situación (de que IU haya apoyado el derecho a decidir) ha desconcertado también a aquellos sectores del independentismo catalán hegemonizados por las derechas, que siempre presentan la cara antipática de España, siendo los portavoces de las derechas españolas más visibles en la televisión pública catalana TV3 que no las voces de las izquierdas (a la izquierda del PSOE). En realidad, las posturas de las direcciones del PP y del PSOE están facilitando el voto de respuesta, el independentismo.
Los errores de algunas izquierdas
Una última observación. Creerse que el movimiento popular demandando el derecho a decidir es resultado de una campaña de la derecha catalana para ocultar sus políticas regresivas es no entender lo que ha estado ocurriendo en Catalunya y en España. No hay duda de que el gobierno catalán así lo intenta. Pero el movimiento surgió mucho antes, precisamente durante el tripartito, y continuará mucho después. En realidad, el sentimiento de empoderamiento que le ha dado a la población el éxito de las manifestaciones explica que en caso de que el President de la Generalitat cediera y no convocara la consulta, quedaría desbordado por este movimiento, un movimiento que se está radicalizando, pues lo que le mueve cada vez más es cambiar Catalunya también. Y es ahí donde las izquierdas catalanas deberían presentarse como lo que son, como las auténticas defensoras de Catalunya, es decir, de las clases populares de Catalunya, mostrando la falta de credibilidad de las derechas catalanas cuando se presentan como las grandes defensoras de Catalunya, llevando a cabo políticas sumamente dañinas para esas clases populares. Pero esta labor constantemente se ve dificultada cuando las izquierdas españolas continúan estancadas en su visión españolista de España (habiendo abandonado sus raíces), dificultando la redefinición del Estado español para representar mejor a la España real. Dejar a las derechas la defensa de la soberanía de Catalunya es, llámese como se llame, un enorme error político y una renuncia a sus antepasados, pues fueron las izquierdas las que siempre lucharon en Catalunya y en España para que todas las naciones y los pueblos pudieran estar juntos voluntariamente y no por imposición. Si las izquierdas en España no dejan que la ciudadanía vote en una consulta, se disparará más y más el independentismo, alejándose del socialismo.
Un tanto parecido ocurre en España. Dejar a las derechas que se presenten como sus defensoras, monopolizando el concepto de España (que históricamente ha dañado tanto a todos los pueblos y naciones españoles), es un tremendo error, pues la España real, la España de las clases populares, de la pluralidad de naciones dentro de un Estado común, resultado de una voluntad libremente expresada por sus distintos pueblos, es la España que las izquierdas siempre defendieron. Negarlo es darle a la derecha un poder extraordinario.
Y una última petición. Los ánimos en España y en Catalunya están muy agitados y es casi imposible tener una conversación sin sarcasmos, insultos o notas ofensivas. Creo que, a lo largo de mi vida, he mostrado mi compromiso con Catalunya y con la España republicana, que heredé de mis antepasados. Defender esta postura, distinta a la ortodoxia, me ha significado una enorme avalancha de ofensas. La clara falta de cultura democrática en nuestro país hace difícil sostener puntos de vista distintos a los que se suponen oficiales. Pero invito a las izquierdas y fuerzas progresistas españolas a que consideren que hay muchas maneras de entender España, y creo que las que han sostenido los equipos dirigentes del PSOE durante muchos años dificultan el desarrollo del socialismo en aquellas partes del país que siempre fueron su granero. El federalismo que promueven tiene que estar basado en la decisión de los distintos pueblos y naciones de España sobre qué relación desean tener entre ellos. Es lo que llamaron en épocas anteriores y en sus programas autodeterminación y que ahora se llama derecho a decidir. Oponerse a este es continuar reproduciendo la visión de España que ha sido tan asfixiante para las clases populares de los distintos pueblos y naciones que ellos consideran periféricos. Así de claro.
*Partes de este artículo se han publicado en la revista Sistema (21.02.14). El autor posee la propiedad del artículo.

Fuente: Público

Ciento volando de catorce




Barça (¿Catalunya?) vs. Madrid (¿España?)

IU reclama una comisión parlamentaria para desentrañar el 23-F
























Plantea esta propuesta tras publicar EL MUNDO un adelanto del libro de Pilar Urbano

¿Pudo el Rey avalar un golpe contra la Constitución que él mismo impulsó?



El 23-F reúne todos los ingredientes de las historias circulares. No se agota. De manera periódica vuelve a la actualidad con fuerza renovada. Parece que nunca acabaremos sabiendo toda la verdad sobre el golpe de Estado que estuvo a punto de abortar la recuperada democracia española apenas pasados cinco años desde la muerte de Franco.

El hecho de que aún no se hayan desclasificado algunos relevantes documentos, cuando ya han transcurrido 33 años de la asonada, añade el factor de intriga necesario para hacer de su relato algo misterioso e incluso morboso.

Cuando se cumplió el 28º aniversario del golpe, el entonces presidente del Congreso, José Bono, hizo pública el acta de los hechos ocurridos el 23-F, que en su día fue redactada por él mismo y por Víctor Carrascal.

Sin embargo, es el CNI el que atesora los documentos más importantes. Además de algunos informes escritos, el Centro guarda el material grabado por las cámaras internas del Congreso, que funcionaron durante toda la noche; también las fotografías que se hicieron a la mañana siguiente del estado en que quedó la Cámara, y, sobre todo, las grabaciones de las conversaciones mantenidas por Tejero con Milans desde el Congreso mientras duró la toma del mismo.

Ya han transcurrido más de 25 años, que es lo que establece la Ley de Secretos Oficiales, para que dichos documentos se desclasifiquen. El Gobierno, que es quien tiene esa prerrogativa, debería de facilitar a la opinión pública esos pedazos de historia para que se conozca toda la verdad.

El libro de Pilar Urbano, La desmemoria, que ha salido a la venta esta semana y cuyo contenido avanzó Miguel Ángel Mellado en una gran entrevista a su autora, que fue publicada el domingo pasado en EL MUNDO, ha provocado un terremoto político de gran intensidad. Urbano tocó dos fibras sensibles de la democracia española: la solidez de la relación entre don Juan Carlos y el presidente Suárez y el papel del Rey en el golpe.

La duda sobre esas dos verdades asumidas por el relato oficial de los hechos supone cuestionar nuestra historia más reciente. Justo en dos de los aspectos que la convierten en ejemplar: un político y un Rey que, juntos y en complicidad, logran restablecer la democracia y, pasado el tiempo, afrontan con valentía la respuesta a un golpe militar que pretendía aplastarla.

Es lógico que ante tal atrevimiento, la Casa Real, ex ministros, ex presidentes, articulistas deseosos de prestar servicios, etc. hayan iniciado una operación de control de daños contra una bomba que ha estallado justo tras la muerte de Suárez y en un momento delicado para la Corona.

Lo importante es saber qué ocurrió en realidad.

En primer lugar, hablemos de la relación entre Suárez y el Rey. Don Juan Carlos y el primer presidente de la democracia se conocieron en 1968 en Segovia, provincia en la que el de Cebreros ejercía como gobernador civil por aquel entonces. Fue el propio Franco el que envió al futuro Rey a entrevistarse con un joven político del Movimiento que prometía mucho.

Los dos congeniaron y, a partir de entonces, mantuvieron una relación intensa que fructificó en sólida amistad. La habilidad de Torcuato Fernández-Miranda a la hora de presentar la terna de candidatos a la presidencia al Rey fue precisamente meter en ella al candidato que quería don Juan Carlos.

Comenzó entonces para ambos una aventura tan arriesgada como apasionante: pasar de la dictadura a la democracia sin derramamiento de sangre.

Nadie discute hoy que, pese a los errores, aquella singladura, con la Constitución de 1978 como punto culminante, fue todo un éxito.

Pero la crisis económica (en 1979 estalla la segunda crisis del petróleo), la violencia terrorista, el malestar en las Fuerzas Armadas y las divisiones internas en la UCD, hicieron para Suárez la carga insoportable. Sobre todo, y esto es muy importante, el sentimiento de sentirse traicionado por los suyos. Especial dolor y abatimiento causó en el presidente la deslealtad del que creía su amigo Fernando Abril Martorell.

Fue a partir del verano de 1980 cuando Suárez, de común acuerdo con el Rey, puso en marcha la operación Calvo Sotelo. El presidente creía que su salida podía rebajar la tensión y buscó a un hombre que no generase rechazo y que contara con el apoyo de aliados tan poderosos como EEUU.

Es verdad que durante los seis meses que transcurren desde ese verano a la fecha del golpe, las relaciones del Rey con Suárez se enfrían. Sobre todo, por el empeño del Monarca en traerse al general Armada a Madrid desde su puesto de gobernador militar de Lérida.

El presidente nunca se fió de Armada, mientras que Don Juan Carlos lo consideraba un firme apoyo en unas Fuerzas Armadas trufadas de golpistas.

La pregunta es: ¿buscaba el Rey con la llegada de Armada a Madrid un hombre para dirigir el golpe?

Los hechos ponen de manifiesto que no. Don Juan Carlos ni conoció, ni apoyó el 23-F.

Un documento, que tampoco ha sido hecho público, avala esta afirmación. El CESID remitió un informe secreto al presidente del Gobierno el 14 de enero de 1981, justo cinco semanas antes del 23-F, en el que se analizan las posibilidades de un golpe militar. Esta es la transcripción de uno de sus párrafos: «Hacia el futuro pueden considerarse como muy poco probables los intentos prácticos de consecución de un 'Gobierno de gestión', pues, entre otras dificultades exige, tal como se concibe hoy, una impensable colaboración anticonstitucional de la Corona».

Es decir, los militares sabían que un golpe nunca contaría con el apoyo del Rey y, por lo tanto, de llevarlo a cabo, siempre sería contra el Rey. Lo que enturbió las cosas fue el protagonismo de Armada la noche del tejerazo.

El general apareció en el Congreso como si fuera un pacificador. Su gestión logró el llamado Pacto del capó, por el que los guardias civiles al mando de Tejero abandonaron el Congreso de manera pacífica en la mañana del 24 de febrero.

Incluso Suárez pensó que se había equivocado con Armada, al que consideraba un conspirador nato. Pero fue el propio Rey, como relata su hijo en la esclarecedora entrevista que le hace Victoria Prego, el que le dijo en la Zarzuela en la mañana del 24-F: «He sido yo el que se ha equivocado con Armada. Ordena ahora mismo su detención».

Casimiro García-Abadillo

La derecha mediática al rescate

Los diarios conservadores de Madrid siguen dándole vueltas al papel del Rey en la rebelión militar del 23 de febrero de 1981. El fallecimiento de Adolfo Suárez, que intentó ser aprovechado por algunos responsables políticos e institucionales para reverdecer --y capitalizar-- los viejos laureles de la Transición, y la oportunista aparición del libro de la periodista Pilar Urbano, La desmemoria,han actuado en las últimas semanas de cajas de Pandora y han destapado fantasmas que se creían enterrados; entre ellos, el papel deJuan Carlos durante los meses previos a la intentona golpista.
Pilar Urbano declaró hace ahora una semana a El Mundo que Suárez acusó al Rey en la Zarzuela de haber instigado la operación Armada y, desde entonces, no han dejado de llover desmentidos, descalificaciones y acusaciones de numerosos políticos de la antigua UCD, del PP y del PSOE contra la veterana periodista de investigación. Las antiguas alabanzas que recibió la reportera supernumeraria se tornaron lanzas y hasta Felipe González salió a la palestra para asegurar que "miente más que habla". Nadie, sin embargo, se ha querellado con la autora del libro supuestamente repleto de "infamias e infundios".
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  • La Razón, 06-04-2014.
    La Razón, 06-04-2014.
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El Mundo entrevista este domingo al hijo más conocido del presidente difunto. "No tolero que con la mano de mi padre se le dé una bofetada al Rey", declara Adolfo Suárez Illana a la no menos veterana periodista Victoria Prego. Suárez Illana aporta documentos inéditos que desmienten "sin fisuras ni dudas" que Juan Carlos alentase el 23-F y entrega cartas personales que demuestran la lealtad recíproca que se profesaban "los dos principales artífices de la Transición".
El diario de más rancio abolengo monárquico, Abc, no quiere quedarse atrás en la defensa del Rey y entrevista a Rafael Puyol,amigo personal de Suárez y exrector de la Complutense, quien asegura que el primer jefe del Gobierno de la actual democracia "siempre dijo que quien paró el golpe fue don Juan Carlos".
Fuente: El Periódico

"une Nation d’illettrés"

 “Les connaissances des jeunes entrant en quatrième en 2023 ont fait l'objet d'une évaluation nationale portant sur 7 039 établissem...