Este estudio propone una interpretación cualitativa de la televisión como instancia colectiva. Se acerca, por un lado, a las características dominantes en la gestión y uso social del medio durante la última etapa del franquismo (1968-1975). Y, por otra parte, analiza diversos aspectos presentes en la representación histórica televisiva española actual, interesada en evocar las claves que definieron esa implantación social. A partir de ahí, el artículo analiza una serie de similitudes entre las funciones otorgadas a la televisión por la élite de poder franquista, y las estrategias de evocación nostálgicas de algunos ejemplos recientes de ficción televisiva histórica. Texto íntegro, aquí.
Javier Espejo Surós (Existimos y después somos redes) Blog de uso exclusivo académico.
jueves, 24 de mayo de 2012
Franco no fue dictador, y punto
Marcha atrás. No habrá Franco a la carta. La Real Academia de la Historia (RAH) ha decidido que el Diccionario biográfico español mantenga la reseña de Francisco Franco con la suavidad con la que fue retratado por Luis Suárez, medievalista, ex alto cargo de la administración del dictador y miembro de la Fundación Francisco Franco. En contra de lo que se filtró desde la propia institución hace días, no habrá doble versión de ningún personaje. La información de la Academia es ahora inequívoca: “No habrá biografías alternativas a las ya publicadas en el Diccionario biográfico”. En respuesta a un cuestionario de este diario, la RAH explicó ayer que la adenda que se editará al finalizar la impresión de la obra (50 volúmenes) contemplará únicamente “referencias cruzadas, en los casos en que se considere pertinente, para ampliar y enriquecer el contenido de determinadas biografías”. También habrá “alguna redacción complementaria, siempre con la anuencia de los autores”.
Franco, según Agustin Sciammarella
Esta información también fue transmitida a los académicos que acudieron a la junta del pasado viernes 18, donde se anunció que se remitirían al Ministerio de Educación, Cultura y Deportes y al Congreso las conclusiones de la comisión encargada de revisar y proponer correcciones a la obra. La adenda contendrá una fe de erratas con fallos cronológicos o de denominación, un “recordatorio con las denominaciones homologadas en las biografías relacionadas con la Guerra Civil”, notas críticas para aclarar conceptos o expresiones e información bibliográfica importante, según ha explicado la institución.
Tras el bochorno y la indignación que suscitaron algunas reseñas de los primeros 25 tomos (una minoría entre 43.000 entradas, pero significativas por tratarse de protagonistas de las décadas más convulsas del siglo XX), se constituyó una comisión —cuya composición ha cambiado a lo largo del año— para buscar una salida. Con esta comisión no solo se trataba de apaciguar el torrente de críticas, sino de dar respuesta a una iniciativa parlamentaria que cerraba el grifo económico para el Diccionario, que había recibido 6,4 millones de euros de fondos públicos (de Educación e Industria).
El Congreso congeló la subvención a la obra hasta que se corrigieran errores
En julio el Congreso ordenó la congelación de la subvención anual para la obra, decidida por una mayoría de diputados, con el rechazo del PP. Sus señorías condicionaron la reactivación de la ayuda pública a la revisión y corrección de los fallos del Diccionario, donde coexisten las reseñas impecables con los errores históricos, la abierta adulación (Esperanza Aguirre es retratada casi como un ser providencial), la chapucería (algunas biografías están firmadas por una web o institución) y el sesgo franquista en voces contemporáneas, empezando por Franco y siguiendo por militares que se sumaron en 1936 al golpe de estado, identificado en ocasiones como Alzamiento Nacional. Sin tener noticia de posibles revisiones o correcciones, el Gobierno decidió festejar el primer cumpleaños de la publicación de los primeros tomos con un regalo inesperado: la inclusión en los Presupuestos Generales de 2012 de 193.300 euros para contribuir al empujón final de la colección. La decisión se tomó antes de que el informe de la comisión llegase a manos del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes —que está analizando su contenido antes de evaluarlo, según un portavoz—, a pesar de que descafeinaba por completo la proposición no de ley aprobada el año pasado en la Cámara, cuando el PP todavía estaba en la oposición. “Se han burlado de los parlamentarios. Una proposición no de ley no supone una obligación legal, pero sí política. Dar la subvención sin haber hecho la revisión no es ilegal, pero sí irregular y merece una reprobación política clara”, señala Mario Bedera, portavoz socialista en la comisión de Educación del Congreso.
Tres partidos han pedido el informe de la comisión que revisó las biografías
Al menos tres partidos de la oposición (PSOE, Izquierda Plural y Esquerra Republicana) han reclamado el informe de la comisión y, en algún caso, han pedido la comparecencia del ministro José Ignacio Wert. Tampoco dentro de la Academia sobra la información. Distintos académicos aseguran que no han visto el informe, del que se dio cuenta vagamente en la última junta de abril. En aquella reunión se planteó que se incluiría una adenda con 10 biografías complementarias sobre las voces “estratégicas” que habían suscitado más quejas. Franco era una de ellas, lo que significaba en la práctica que la obra cumbre de la RAH incluiría versiones a la carta sobre el dictador. Una, escrita por Luis Suárez, y otra, por no se sabía quién. A juicio de los historiadores, un desatino. “Ofrecer dos biografías de Franco es un disparate científico y profesional de una magnitud extraordinaria. Hasta nuestros alumnos saben que hay un conocimiento histórico establecido por encima de las ideologías”, afirmó entonces el presidente de la Asociación de Historia Contemporánea, Carlos Forcadell.
Al final ha tenido que pasar un año para que todo siga casi igual. La supervisión de la comisión ha facilitado la corrección de biografías de los tomos inéditos —algunas reseñas fueron encargadas de nuevo, como la del general Miaja—, pero en la versión impresa poco cambiará, a la vista de lo anunciado ahora por la RAH. En la online, que se desarrollará después de la publicación de los 50 tomos, “se recogerán los datos que se publiquen en la adenda”, según la institución.
Fuente: elpais.com.
lunes, 14 de mayo de 2012
Vicenç Navarro, La transición no fue modélica. El País, 17 de octubre de 2000.
En un artículo
reciente publicado en este diario (Por una política de la memoria, 17 de julio
de 2000), Javier Tusell tercia en un debate existente en las páginas de [la revista]
Claves de Razón Práctica entre Javier
Pradera y yo sobre la forma en que se realizó la transición de la dictadura a
la democracia en España y cómo ésta afectó a la democracia que le siguió. En
aquel debate yo indicaba que, a mi parecer, la transición no había sido
modélica, sino que se había realizado en condiciones muy favorables a las
derechas, las cuales habían hegemonizado aquel proceso, condicionando la
democracia que le siguió, la cual se reproduce en condiciones que son
desfavorables a las izquierdas. Tusell interviene en aquel debate, cuestionando
mis tesis, escribiendo que "no hay pecado original en nuestra
transición... por más que en ello se empeñe todo un sindicato de damnificados a
los que no votaron los electores por razones que derivan de que quizá valían
menos de lo que pensaban". Reconozco que, como persona no creyente,
desconozco el significado del lenguaje religioso que Tusell utiliza y, por lo
tanto, no entiendo bien lo que quiere decir "pecado original". Sí que
entiendo, sin embargo, el tono que intenta ser insultante para aquellos que no
comparten su tesis. Tusell fue miembro del primer Gobierno de derechas en el
primer Gobierno democrático que hubo en España y tiene todo el derecho a
expresar su desacuerdo con mi tesis de que la forma en que tal transición tuvo
lugar discriminó a las izquierdas. Pero el tono que escoge para expresar su
desacuerdo reproduce una cultura intolerante que descalifica a sus adversarios
insultándoles, dificultando el muy necesario debate sobre la forma en que la
transición tuvo lugar y sus consecuencias. Ahora bien, a pesar de su intento,
quiero aclarar que no me siento insultado. Es para mí un honor el haber servido
en la resistencia antifranquista desde los años cincuenta, por lo cual fui
damnificado por muchos años, y es un privilegio hoy apoyar con mis escritos a
aquellos que, perseguidos por su lucha antifranquista durante la dictadura,
protestan por su marginación ahora en la democracia.Tusell, de manera
predecible, utiliza en su argumentación toda una serie de absolutos en los que
nadie o todos comparten las mismas posturas. Así, escribe que "en el año
2000 ser franquista o antifranquista es absurdo", añadiendo más tarde que
"nadie en España está dispuesto a reivindicar aquel régimen o a quien lo
personificó". El señor Tusell y yo debemos vivir en dos Españas distintas.
En la que yo conozco, hay miles (¿millones?) de españoles que reivindican el
régimen franquista y a su caudillo. Sólo hace unas semanas el señor Fraga
Iribarne (fundador del partido gobernante en nuestro país), por ejemplo,
reivindicaba el régimen franquista en el canal de televisión CNN, defendiéndolo
como uno de los regímenes que ha hecho más por España en el siglo XX. Tusell
confunde aquí los términos. Una persona es franquista no porque pida la vuelta
al régimen franquista hoy (aunque haberlos los hay, bien abierta o
encubiertamente), sino porque se identifique con aquella etapa de nuestra
historia y la defienda. Es interesante señalar en este aspecto que el PP nunca
ha condenado el franquismo, en parte por sus orígenes históricos, en parte
porque se siente temeroso de antagonizar a sectores importantes de su
electorado que se sienten identificados con aquel régimen. Su comportamiento en
este aspecto contrasta con la condena que ha hecho la derecha francesa (excepto
Le Pen) del régimen de Vichy o la derecha alemana del régimen nazi o la derecha
italiana (excepto Fini) del fascismo.
En cuanto a la
tesis de que las deficiencias existentes en nuestra democracia son comunes a
otras democracias, sin poderse atribuir estas deficiencias a la forma en que se
realizó la transición, quisiera indicar que, si bien es cierto que nuestra
democracia comparte defectos con otras democracias -tales como el creciente
distanciamiento entre gobernantes y gobernados, por ejemplo-, hay otros que son
específicos de nuestro sistema político y que son resultado de la hegemonía de
la derecha en la transición. En Alemania y en Italia, el nazismo y el fascismo
fueron derrotados. En España, sin embargo, el franquismo no lo fue. El Estado
franquista fue adaptándose a una nueva realidad resultado de una presión
nacional e internacional. Las estructuras dirigentes de aquel Estado se dieron
cuenta de la necesidad de cambiarlo para ir adaptándolo a un nuevo proceso que,
junto con las izquierdas -todavía débiles, debido a la enorme represión sufrida
durante la dictadura- elaboró el sistema democrático. Es probable que a la
vista de esta falta de equilibrio de fuerzas entre derechas e izquierdas, en la
que las primeras tenían muchos más poderes que las segundas, no hubiera otra
forma de realizar la transición que la que se hizo. Pero me parece un error
hacer de esta situación una virtud y llamarla modélica. En realidad, el dominio
de las derechas aparece en múltiples dimensiones de nuestras instituciones
políticas y mediáticas.
Entre las
primeras resalta un sistema electoral que en la práctica discrimina
profundamente a las izquierdas, como pudimos ver, una vez más, en las últimas
elecciones legislativas en las que en territorios tradicionalmente progresistas
de España se necesitaron incluso seis veces más votos para conseguir un
diputado que en zonas tradicionalmente conservadoras, lo cual no tiene que ver
con las reglas de Hondt que se utilizan en varios sistemas parlamentarios
europeos, sino con las particularidades del sistema parlamentario español.
Otras consecuencias de aquel dominio son la existencia de instituciones del
Estado, como la Monarquía, excluidos del escrutinio y crítica democrática por
común acuerdo de los medios de información del país o la ausencia de una
condena del franquismo por parte del Parlamento español, tal como el Parlamento
italiano condenó en su día la época fascista o el Parlamento alemán condenó el
régimen nazi o, más recientemente, el Parlamento francés condenó el régimen
colaboracionista de Vichy. Incluso hay hoy textos escolares en partes de España
donde no se condena al régimen franquista, referido frecuentemente como el
"régimen anterior", sin incluir una condena de aquel régimen (como
aparece en los libros escolares alemanes, por ejemplo, donde se condena por ley
cualquier expresión positiva del régimen nazi). En realidad, la ausencia de tal
condena al régimen franquista se justifica con una supuesta equidistancia en la
responsabilidad por lo acaecido en la historia reciente de nuestro país,
indicando que tanto los vencedores como los vencidos de la guerra civil fueron
responsables de terribles violaciones de los derechos humanos durante y después
de aquel conflicto. Esta supuesta equivalencia es, sin embargo, insostenible.
No sólo porque la violencia y violaciones de los derechos humanos de los
vencedores fue mucho mayor que la de los vencidos, o porque la violencia de los
vencedores fuera parte de una política de Estado, mientras que la mayoría de la
perpetrada por los vencidos no fue apoyada ni por el Estado republicano ni por
la Generalidad de Cataluña, sino porque los primeros rompieron con las reglas
democráticas y la gran mayoría de los segundos lucharon para reinstaurarlas y
defenderlas. El silencio institucional sobre estos hechos, con ausencia de
condena del régimen franquista y del golpe militar que lo estableció, empobrece
enormemente a la democracia española, debilitando el surgimiento de una clara
cultura y conciencia democráticas. La ausencia de tal condena, cuando no la
exaltación de sus figuras y mártires de los vencedores a través de monumentos o
procesos de beatificación, contrasta con la moderación en el reconocimiento de
las víctimas y figuras entre los vencidos, que son, por cierto, mucho más
numerosos. Sería impensable que en Alemania, Italia, e incluso en Francia, se
construyeran monumentos o se dedicaran calles a las figuras nazis, fascistas o
colaboradores de aquellos regímenes.
Por otra
parte, tal dominio de las derechas en la transición explica también la gran
escasez de instrumentos mediáticos de centro-izquierda o izquierda, lo cual ha
contribuido en gran manera a una cultura política dominante de gran moderación,
en la que propuestas realizadas por partidos de centro-izquierda o izquierda en
la UE aparecen como radicales en España. Medidas como las propuestas por el
señor Blair de vetar a un candidato laborista para la alcaldía de Londres por
enviar sus hijos a las escuelas privadas serían de improbable realización en su
homólogo en España, en el PSOE, por no citar al Gobierno conservador español,
cuyo presidente se declara próximo al primer ministro del Gobierno laborista
británico. Es muy probable que en el caso de que la dirección del PSOE hubiera
tomado tal medida, la gran mayoría de los medios de información lo hubieran
definido como "demagógico", "radical",
"doctrinal", "anticuado" o cualquier otro adjetivo que
tales medios utilizan con gran frecuencia para mostrar su desaprobación.
Tal sesgo
derechista de los medios de información, resultado de la transición, aparece
también en la manera como se está reescribiendo y presentando la historia de
nuestro país en amplios sectores de tales medios. Un ejemplo reciente es el
artículo de La Vanguardia (6 de marzo de 2000) en el que el propio Tusell, que
se autodefine como centrista, define a Cambó "como ejemplo de moderación y
centrismo", "ejemplo intelectual, moral y político",
"admirable por su intento de comprender al adversario", sin nunca
citar el apoyo de Cambó al franquismo. Cambó, lejos de ser un ejemplo de
político centrista digno de emulación, fue uno de los empresarios y políticos
catalanes que apoyó con mayor intensidad al golpe militar y al régimen
fascista, un régimen que cometió genocidio cultural contra Cataluña y que no se
caracterizó por su respeto a sus adversarios, a los que asesinó. Supongo que
para Tusell el apoyo de Cambó al golpe militar fue una mera nota de pie de
página en una vida por lo demás modélica. Pero el apoyo de Cambó al franquismo,
sin que nunca más tarde lo denunciara públicamente y pidiera perdón al pueblo
catalán y español por tal apoyo, es más que una nota de pie de página en su
biografía. Aquellos hechos fueron los más importantes en la historia reciente
de nuestro país.
Otro ejemplo de
esta reescritura de nuestra historia aparece cuando hace sólo unos meses vimos
la gran atención mediática que se dedicó, a raíz de su muerte, a la figura de
López Rodó, definido como arquetipo de la "derecha civilizada" en las
páginas de La Vanguardia por Jaime Arias, artículo complementado por otro, del
consejero económico de López Rodó, Fabián Estapé, que como muestra de tal
talante civilizado se refería al hecho de que durante el periodo en que López
Rodó sirvió en el Gobierno de Franco (1965-1973) no se fusiló a nadie,
atribuyéndolo a su influencia. Lejos de ser representante de la derecha
civilizada, López Rodó fue una pieza clave de aquel régimen dictatorial,
responsable de políticas represivas en los muchos ámbitos en los que
influenció, desde la Universidad hasta el establecimiento del terrible Juzgado
y Tribunal de Orden Público, que funcionó hasta el último año de la dictadura y
que fue pura licencia para el asesinato, tortura, desaparición y expulsión de
la resistencia antifranquista, realidades bien documentadas en el libro La
memoria insumisa. Sobre la dictadura de Franco, de Nicolás Sartorius y Javier
Alfaya. Ninguno de estos hechos, por cierto, fueron citados en tales artículos,
en su mayoría laudatorios hacia López Rodó, que se publicaron a raíz de su
muerte. Tal visibilidad contrasta con el silencio y falta de reconocimiento por
su lucha antifranquista de miles de personas que tuvieron gran protagonismo en
la resistencia contra la dictadura y que hoy están sumidas en el olvido,
perteneciendo al sindicato de damnificados que Tusell ridiculiza en su
aportación. Toda una historia.
Una última
nota. El pasado 22 de septiembre me manifesté con miles de catalanes en las
calles de Barcelona en contra de los asesinatos de ETA. Mientras protestaba por
aquellos actos pensaba yo en dos realidades. Una es la incoherencia y limitada
sensibilidad democrática de aquellos medios de información y personalidades que
mientras piden, con razón, una condena sin matices de los asesinatos de ETA,
nunca han condenado con igual contundencia el régimen terrorista franquista,
responsable de miles de asesinatos de personas que lucharon por la democracia
sin que sus familiares y amigos pudieran mostrar públicamente su tristeza y
protesta. La otra reflexión es que las personas de ETA que están disparando el
arma asesina están matando, además de personas, la posibilidad de que la
transición se complete, permitiendo la transformación y expansión de la
democracia incompleta que todavía tenemos y que tanto nos costó conseguir a los
que luchamos por ella. Cada asesinato retrasa más y más esta nueva transición,
reforzando las fuerzas que se oponen a esta necesaria transformación y
expansión, la cual permitiría un debate más sereno y productivo de sus
legítimas aspiraciones políticas. La violencia que puede ser necesaria en la
lucha contra una dictadura se convierte en profundamente reaccionaria cuando
inhibe y frena el desarrollo democrático.
Vicenç Navarro
es catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Pompeu Fabra.
José Vidal Beneyto, “El modelo de una transición modélica”, en El País, 22 de febrero de 2001.
La avalancha textual e icónica, de propósito
panegírico y de andadura cortesana, que inundó durante varios días nuestros
medios de comunicación, con ocasión del 25 aniversario de la muerte del
dictador y de su sucesión en la jefatura del Estado por don Juan Carlos de
Borbón, ha vuelto a dar actualidad al maltrecho tema de la transición. Hasta el
punto de que el Congreso ha puesto en marcha una comisión y la ha dotado de un
presupuesto de 400 millones para que historie y celebre ese periodo de nuestro
siglo XX. Ha llegado, pues, el momento de que evaluemos las interpretaciones
existentes en función de las opciones políticas e ideológicas que las han
inspirado, a la par que colmamos las numerosas e importantes lagunas que aún
susbisten en el análisis de dicho proceso.
Respecto del primer objetivo, como ya escribí en
1996 en El timo de la memoria, cada familia política ha ido produciendo, de la
mano de sus líderes y sobre todo de sus historiadores y politólogos más
representativos, su versión de la transición: Javier Tusell, la ucedista;
Raymond Carr, Juan Pablo Fusi, José Mª Maravall, la socialdemócrata; José Félix
Tezanos, Ramón Cotarelo y Andrés de Blas, la psoeguerrista, etc. Todos ellos
componen la lectura historiográfica dominante y constituyen la interpretación
canónica de la transición, que corresponde al modelo elaborado desde y por la ciencia
política estadounidense y sus periferias. Extramuros de ese consenso quedan
unos cuantos académicos -Raúl Morodo, Salvador Giner, Santiago Míguez, Paul
Preston...-, y frente a él, una minoría ciertamente pugnaz -Alicia Alted,
Encarna Nicolás, Carme Molinero, Pere Isas...-, pero, hoy por hoy,
extremadamente exigua.
En los años cincuenta y sesenta, las necesidades de
la estrategia exterior de EE UU empujan a su establishment politológico a
distinguir entre totalitarismos intrínsecamente perversos -los de la izquierda-
y evolucionables -los de derecha- y para ello se lanza una nueva categoría
política: los regímenes autoritarios. Se trata, esencialmente, de establecer
una discriminación ideológica entre unos y otros, que permita recuperar al
franquismo y al salazarismo, así como a las dictaduras militares
latinoamericanas y del sudeste asiático, regímenes que se quiere alistar en el
mundo occidental, al mismo tiempo que se condena, sin apelación posible, a los
hostiles e irredimibles autocratismos comunistas que hay que combatir hasta su
extinción. De igual manera, en las décadas de los setenta y ochenta hay que
evitar que, con el deshielo dictatorial, algunos países escapen a la influencia
norteamericana, fisuren el bloque atlántico y debiliten la estrucutura de su
dominación mundial. A dicho fin se movilizan recursos y se crean mecanismos que
aseguren su estabilidad. Pero, arrumbado el paradigma de la contrainsurrección
global y renunciando a las intervenciones preventivas, propias de los años
sesenta, contra los países y los intelectuales potencialmente enemigos -entre
las que la operación Camelot, concebida y financiada por las FF AA
estadounidenses, es la mejor estudiada- se privilegian ahora los modos
indirectos y las armas ideológicas. Las Internacionales de los partidos
democráticos y el modelo canónico de las transiciones a la democracia son las
dos principales.
Ahora bien, los setenta y ochenta son tiempos de
desencanto. En ellos, la desmovilización y la apatía ciudadanas, la ruptura de
los vínculos sociales, la desafección hacia lo público, la impugnación del
Estado constituyen pautas prevalentes. Y sobre todo, la democracia considerada
como una realidad consabida hace agua por todas partes. Pues, si en el primer
tercio del siglo XX el paso de la democracia de minorías a la democracia de
masa hubo de pagarse al alto precio de los fascismos, en su último tercio, el
ejercicio democrático, en sociedades complejas y vertebradas por los medios de
comunicación, es objeto de tantas disfunciones que el paradigma de la
democracia de participación y de representación es sustituido por el de la
democracia de legitimación y control. La total patrimonalización del Estado y
de la política por los partidos es la errada consecuencia de la búsqueda de
seguridades y de eficacia que esa situación instiga.
En este contexto tienen lugar entre 1970 y 1977 las
entradas en democracia de Grecia, Portugal y España, y en la segunda mitad de
los años ochenta, el progresivo acceso de los países comunistas de la Europa
Central y Oriental al sistema democrático. El análisis de todas estas
transiciones democráticas, así como de la mayoría de las que tienen lugar en
América Latina, África y Asia, que superan la cifra de 30, se enmarcan en la
teoría del desarrollo político, conceptualizado por Almond, Pye, Verba, La
Palombara... Según ella, la democratización de un país es función de su
crecimiento socioeconómico, afirmación que completa y desarrolla el supuesto de
que los regímenes autoritarios, en condiciones favorables, evolucionan,
naturalmente, hacia la democracia. Pero no hacia cualquier democracia, sino
hacia la mencionada concepción consensualista de la democracia control que
deben guiar y vigilar los partidos. Por ello, los numerosos estudios empíricos
de que disponemos prestan atención preferente a los comportamientos y acciones
que corresponden a estas dos hipótesis básicas. De tal manera que la
interacción y el reforzamiento mutuo entre la democracia control a la que se
apunta y el análisis de los mecanismos que intentan alcanzarlo, fijan
definitivamente las características de todo proceso de cambio hacia la
democracia.
Es coherente por ello que el modelo de transición
democrática que se nos propone nos venga de la mano de los compiladores más
notorios del acervo de los estudios concretos de que disponemos: Schmitter y
O'Donnell en América y Hermet y Morlino en Europa. Los rasgos principales de
ese modelo son: que se hacen siempre desde arriba y al hilo de la evolución
social y económica de los países concernidos, cuyo entramado social no se
cuestiona; que sus actores principales son las organizaciones políticas
formalizadas -partidos e instituciones-, teniendo las fuerzas populares sólo
una participación coyuntural y adjetiva; que su instrumento privilegiado es el
pacto entre los líderes democráticos y los autoritarios; que su condición
esencial y previa es la condonación y el olvido del pasado autocrático por obra
de los partidos históricamente democráticos; que todas ellas tienen lugar bajo
el control, y la mayoría con el beneplácito, de EE UU, que como potencia
hegemónica es el garante del resultado; que todo el proceso está referido a una
personalidad o a un grupo de personas cuya capacidad legitimadora deriva, en
las transiciones transitivas, de su protagonismo en la lucha por las libertades
-caso Walesa o Havel-; mientras que en las intransitivas es función de la
representatividad que le han conferido las autocracias que se trata de
sustituir -caso español o soviético.-.
Fieles a las líneas de ese modelo, los estudiosos de
la transición española hacen de la lucha por las libertades apenas un telón de
fondo para la acción negociadora de los partidos que aparecen como los únicos
capaces de conferir viabilidad al proceso y legitimidad a sus resultados.
Olvidando con ello que lo más significativo de nuestra transición, como de
muchas otras,fue la notable extensión de las acciones ciudadanas cuando
prevalecía el reflujo del compromiso público y del militantismo político.
Acciones que tenían su origen en la sociedad civil y
que eran de una gran pertinencia y eficacia: asociaciones de barrio, encierros
en las iglesias, comisiones de vecinos, concentraciones pacíficas, comités de
solidaridad, conciertos y recitales, manifestaciones de masa, servicio de ayuda
a los presos y a sus familias... Trama de una movilización ciudadana que
escapaba al control de los aparatos de los partidos políticos, y a la que, en
consecuencia, pusieron abruptamente fin en el otoño de 1976. Movilización,
además, negada o mal percibida por muchos de mis amigos, incluidos aquellos,
como Ignacio Sotelo o Antonio Elorza, con los que coincido con mayor frecuencia
en nuestros análisis. Razón que hace imperativo completar el relato de dicho
proceso.Al igual que es necesario examinar, sine ira et studio, el oscuro y
capital momento que va desde la creación de Coordinación Democrática, el 17 de
marzo de 1976, hasta la celebración de las primeras elecciones. En particular,
la impuesta desmovilización de las fuerzas populares por obra de los partidos y
el paso de la ruptura a la ruptura pactada y de ésta al pacto de la reforma;
así como la multiplicación de acuerdos particulares de los partidos
democráticos con los poderes heredofranquistas en paralelo a la negociación
conjunta que estaba teniendo lugar. A dicho respecto es importante aclarar si,
como afirman los comunistas, los socialistas estuvieron de acuerdo en aceptar
una legalidad democrática que los excluía de la vida política. Con todo, el
aspecto más decisivo, casi totalmente ocultado hasta ahora, es el rol de la
intervención exterior en el cambio político español. De modo muy especial el
papel de EE UU y de las internacionales democráticas en la muerte política de
don Juan de Borbón y en la consagración de su hijo como eje de la transición
democrática española, que los donjuanólogos de nuestro país han preferido
silenciar. A pesar de que los escritos de los políticos europeos y el acceso a
los documentos oficiales de EE UU relativos al tema permiten analizar con apoyo
firme en los datos la función determinante que cumplieron. En cuanto a EE UU,
después de haber incorporado, en 1953, la España franquista al bando
occidental, se establecieron contactos permanentes entre los servicios de
inteligencia de ambos países que, como señala Joan Garcés, se intensificaron a partir
de 1970 a causa de la precaria salud del dictador. Personaje capital en esos
contactos fue Vernon Walters, soporte fundamental de la CIA, quien en marzo de
1971 transmitió a Franco la felicitación de Nixon por la designación de Juan
Carlos como su sucesor y le instó a acelerar su instalación como jefe de
Estado. Por lo que toca a los europeos, puedo aportar mi testimonio, como
coordinador de la Delegación Exterior de las Juntas Democráticas, de que a
partir de 1975 la presión en el mismo sentido fue casi unánime. Recuerdo en
particular el insistente mensaje de Poniatowski, ministro francés del Interior
en aquellos años, que velaba por nuestra seguridad a la vez que vigilaba
nuestras actividades, quien, haciéndose eco de su presidente Giscard, nos decía
siempre: olvídense de don Juan y acepten a Juan Carlos. Lo que irritaba
sobremanera a Rafael Calvo Serer, juanista impenitente.
¿Quiere esto decir que Franco lo dejó todo bien
atado y que los demócratas españoles fuimos sólo marionetas en una operación de
cuyos hilos tiraban los sucesores de Franco, los poderes occidentales y las
cúpulas de los partidos políticos españoles? Personalmente, no lo creo, pues
los procesos históricos no son reductibles a esquemas tan simplistas. Por ello
es imprescindible invalidar esa posible lectura y para ello seguir indagando en
esa historia y dotar a la memoria de nuestra democracia de los cimientos que
necesita. Entre otras cosas para acabar con las sombras de una trama que, según
algunos, ha alimentado el 23-F y llega hasta hoy.
José Vidal-Beneyto es director del Colegio de Altos
Estudios Europeos de la Universidad de la Sorbona.
domingo, 13 de mayo de 2012
La Cultura de la Transición reina, pero ya no gobierna
Hay una fórmula que se aplica a la monarquía en Inglaterra: “reina pero no gobierna”. Lo mismo le pasa ahora a la Cultura de la Transición (CT): aún reina pero ya no gobierna. Es decir, ya no manda en nuestra cabeza: no vemos con sus ojos, ni hablamos con su boca, ni escuchamos con sus oídos. Mientras monologa en la televisión y los periódicos, nosotros conversamos en la Red y las calles.
La CT se presentó siempre como la única alternativa posible al desastre: golpe militar, poder de la Iglesia, ETA. Pero cada vez la percibimos menos como protección de nada y más como una amenaza a todo. Recorta, precariza y privatiza la misma posibilidad de futuro. La política del PP no es una anomalía en la CT, sino el extremo de la misma cadena. Los “demócratas de toda la vida” que se horrorizan ante el desmontaje de los restos del Estado del Bienestar son bienvenidos, pero llegan tarde y mal. Porque lo que permite al PP hacer lo que está haciendo es la subordinación de la política a las necesidades cambiantes de la economía global y la criminalización y el ninguneo de toda posición crítica. Es decir, la CT.
Por todo eso me sorprende tanto la pregunta constante por los logros del 15-M. Están a la vista y son determinantes. El clima 15-M ha logrado reabrir masivamente la pregunta política por excelencia: ¿cómo queremos vivir juntos? Es decir, cómo queremos gobernarnos, educarnos, curarnos, repartir la riqueza, etc. Una pregunta que la Cultura de la Transición ha mantenido cerrada durante décadas. “No hay pregunta, porque ya tenemos la respuesta”, nos decía. Representación, expertos, sistema de partidos y neoliberalismo.
La CT no nos enseñó a hacer preguntas. Nos enseñó a escuchar a los mayores con miedo, a repetir y conformarnos con lo que decían las voces autorizadas que aparecían en televisión: “esto es lo que hay”. La CT ha tratado de desactivar la cultura como interrogación crítica y autónoma sobre la sociedad. Nos decía quién podía hablar y de qué podía hablarse. Privatizaba la realidad. Hemos tenido que aprender a hacer preguntas por nuestra cuenta y de espaldas a la cultura oficial, en espacios de sombra. Durante años parecía que era cosa de locos, de marginales o antisistema. Pero hoy la realidad se cae a pedazos, las preguntas sobre la vida nos estallan en la cara a todos, casi me atrevería a decir que cualquiera está obligado a pensar críticamente. El 15-M pusimos juntos nuestras preguntas en el centro de todas las ciudades y de todos los debates. De golpe los consensos de la CT se vaciaron de sentido al grito de “lo llaman democracia y no lo es” y “no nos representan”.
La CT es hoy una cultura completamente desconectada de la realidad: está de cacería permanente en Botsuana. Gira en torno a sí misma, se ha vuelto loca. Política de tierra quemada y paracaídas de oro. Ignora, desprecia y teme a la gente. La realidad que aún logra configurar tiene cada vez menos legitimidad. Por eso la estrategia del miedo: meter en el cuerpo y la mente social todo el miedo posible, que aceptemos la CT como mal menor y único poder de salvación. Pero hay que leer también la estrategia del miedo como una señal de debilidad: ya no se obtiene nuestra adhesión por otros medios.
La CT nos lleva directos al desastre de la devastación económica, social, ecológica y la guerra de todos contra todos. Vaciar la CT y reabrir la pregunta política por la vida en común es lo mismo: nuestra única posibilidad de autorizar el futuro. Para todos.
* Este texto sale de unas notas que me hice para una entrevista en la radio sobre el libro CT o Cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española (Mondadori, 2012)
La cultura en la red (Musac)
Septiembre, 1987. El Real Madrid se enfrenta al Nápoles de Maradona con el Bernabéu cerrado al público por sanción disciplinaria. El partido se retransmite íntegramente por televisión. El filósofo francés Baudrillard encontró en este acontecimiento la metáfora exacta de nuestra organización social: "los asuntos de la propia política deben desarrollarse en cierto modo ante un estadio vacío (la forma vacía de la representación) del que ha sido expulsado cualquier público real en tanto que susceptible de pasiones demasiado vivas y de donde sólo emana una retranscripción televisiva (las pantallas, las curvas, los sondeos)".
La cultura consensual (o “Cultura de la Transición”), que gobernó sin réplica en España durante los años 80 y 90, es efectivamente un sistema de información centralizado y unidireccional, donde los expertos y los intelectuales mediáticos tienen el monopolio de la palabra, las audiencias están sometidas y existen temas intocables.
España, 2004. Lo que ocurre tras el atentado terrorista del 11-M (de)muestra que el público tiene autonomía con respecto a la cultura consensual. Las audiencias se rebelan, se convierten ellas mismas en medio de comunicación. El "estadio vacío" de la representación entra en crisis. Ahora el público abuchea, pita, boicotea, silba o simplemente se muestra indiferente a la seducción.
La crisis de la representación atraviesa hoy todos los órdenes: cultural, político, mediático, intelectual, educativo, etc. Por todos lados surgen nuevos “colectivos de enunciación”: voces inesperadas. Y “enunciados imposibles”: miradas imprevistas y subversivas sobre el mundo. Son voces “fuera de lugar” que rebosan por fuera de los límites de las instituciones tradicionales (partido, media, sindicato, museo, universidad), democratizando la producción de sentido.
El 15-M ha hecho definitivamente visible para todo el mundo esta crisis, esta apertura y este nuevo poder social.
Sobre Amador Fernández-Savater :
Amador Fernández-Savater (Madrid, 1974) va y viene entre el pensamiento crítico y la acción política, buscando siempre su encuentro. Es editor de Acuarela Libros, ha dirigido durante años la revista Archipiélago y ha participado activamente en diferentes movimientos colectivos y de base en Madrid (estudiantil, antiglobalización, copyleft, "no a la guerra", V de Vivienda, 15-M). Es autor de Filosofía y acción (Editorial Límite, 1999), co-autor de Red Ciudadana tras el 11-M; cuando el sufrimiento no impide pensar ni actuar (Acuarela Libros, 2008) y coordinador de Con y contra el cine; en torno a Mayo del 68 (UNIA, 2008). Actualmente, es responsable del blog “Fuera de Lugar” en la web del diario Público y emite semanalmente desde Radio Círculo el programa “Una línea sobre el mar", dedicado a la filosofía de garaje.
Recursos de Internet:El arte de esfumarse; crisis de la cultura consensual en España
La Cultura de la Transición y el 15-M
Una revolución de personas
Un movimiento de todos y de nadie
En provecho de todos
miércoles, 9 de mayo de 2012
Primera lectura de "La vida es sueño" (CNTC, 2012)
Primera lectura de "La vida es sueño", de Calderón de la Barca, en la sala de ensayos de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. 24 de abril de 2012. Dirección de descena: Helena Pimenta. Versión: Juan Mayorga. En el reparto Blanca Portillo, Joaquín Notario, Fernando Sansegundo, Marta Poveda y David Lorente entre otros...
sábado, 5 de mayo de 2012
viernes, 4 de mayo de 2012
Puestas en escena - La vida es sueño (cervantesvirtual.com)
La vida es sueño (fragmentos).
BIBLIOTECA DE VOCES
Estrella en la Jornada I, v v. 495-509.
El rey Basilio en la Jornada I, v v. 660-705.
Monólogo de Segismundo al final de la Jornada II de La vida es sueño, v v. 2158-2187.
Monólogo de Rosaura en la Jornada III, v v. 2690-2921.
Muerte de Clarín en la Jornada III, v v. 3075-3095.
En el portal Cervantesvirtual.
(otro enlace).
Lectura recomendada:
Evangelina Rodríguez Cuadros, "La vida es sueño: obra partadigmática", aquí.
jueves, 3 de mayo de 2012
Antonio Añoveros (24-02-1974)
“El cristianismo, mensaje de salvación para los pueblos”, leído en las iglesias de Bizkaia el 24 de febrero de 1974.
Uno de los problemas que dañan más seriamente la convivencia ciudadana en el País Vasco y que afecta igualmente a la buena marcha de nuestra Iglesia diocesana, es el, así llamado, problema vasco. ¿En qué consiste dicho problema?
Reduciéndolo a lo esencial, puede expresarse de esta manera: mientras unos grupos de ciudadanos, aunque con matices distintos, afirman la existencia de una opresión del pueblo vasco y exigen el reconocimiento práctico de sus derechos, otros grupos rechazan indignados esta acusación y proclaman que todo intento de modificar la situación establecida constituye un grave atentado contra el orden social. (…)
El pueblo vasco tiene unas características propias de tipo cultural y espiritual, entre los que destaca su lengua milenaria. Esos rasgos peculiares dan al pueblo una personalidad específica, dentro del conjunto de pueblos que constituyen el Estado español actual.
El pueblo vasco, lo mismo que los demás pueblos del Estado español, tiene el derecho de conservar su propia identidad, cultivando y desarrollando su patrimonio espiritual, sin perjuicio de un saludable intercambio con los pueblos circunvecinos, dentro de una organización sociopolítica que reconozca su justa libertad.
Sin embargo, en las actuales circunstancias, el pueblo vasco tropieza con serios obstáculos para poder disfrutar de este derecho. El uso de la lengua vasca, tanto en la enseñanza, en sus distintos niveles, como en los medios de comunicación (prensa, radio, TV), está sometida a notorias restricciones. Las diversas manifestaciones culturales se hallan también sometidas a un indiscriminado control.
La Iglesia, para anunciar y hacer presente la salvación de Cristo, en esta situación concreta de la diócesis, tiene que exhortar y estimular para que se modifiquen convenientemente (…) las situaciones en nuestro pueblo (…).
miércoles, 2 de mayo de 2012
Gutiérrez Mellado, el militar de la Transición (Informe Semanal, 28 abr 2012)
Pocas veces se puede decir de un hombre que una imagen suya resuma la integridad de su trayectoria política. El general Gutiérrez Mellado, que esta semana hubiera cumplido cien años, es una de estas excepciones. En la memoria colectiva ha quedado la imagen de su frágil figura zarandeada cuando se enfrentó a Tejero en la tarde del 23 de Febrero de 1981. Su papel fue clave en los primeros años de la democracia. Fiel colaborador de Adolfo Suárez, contribuyó a acallar el ruido de sables en momentos críticos como la legalización del Partido Comunista. Pero, sobre todo, contribuyó a la modernización de un ejército en el que muchos de sus miembros miraban con añoranza al régimen de Franco.La actual modernización de las fuerzas armadas, una de las instituciones mejor valoradas por los españoles, es fruto de la evolución política e ideológica de hombres como éste al que recordamos hoy con los testimonios de sus hijos y de quienes vivieron aquellos años difíciles. Ver aquí.
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