martes, 24 de febrero de 2015

Notas historiográficas sobre las Comunidades de Castilla, Claudia Möller (y otros)

Manuel Fernández Álvarez decía, en un artículo muy interesante -«Derrota y triunfo de las Comunidades»-, que «el historiador de oficio que se dedique al siglo XVI podrá escoger otros temas, podrá abordar cuestiones para él desconocidas, pero no podrá ignorar el de las Comunidades».

     Los investigadores se han puesto de acuerdo en considerar a las Comunidades como el estallido final de una larga crisis que comienza a la muerte de Isabel. A partir de allí se puede comprender la cantidad de tinta que ha corrido para tratar de explicar esta cuestión. A lo dicho debemos agregar, que los contemporáneos de los hechos han hecho lo suyo, y en función de esto ha habido una proliferación de escritos de desigual importancia.

     El siglo XIX reivindicó para sí el tema comunero resaltando a sus principales protagonistas: Padilla, Bravo y Maldonado. Tal perspectiva, cambia bruscamente cuando sobreviene la Restauración y se produce un viraje de la interpretación sobre el fenómeno, considerado ahora como un movimiento regresivo. Los representantes de esta nueva interpretación son Cánovas -quien creía que la grandeza de la monarquía había sido el resultado de unas herencias que España no se merecía- y Menéndez Pelayo -para quien las Comunidades fue un movimiento regresivo, frente al europeísmo modernizante que venía a simbolizar el emperador-.

     En el medio de estas producciones, están las obras de Danvila, y la del archivero Tomillo, gracias a la cual hoy la Academia Nacional de la Historia de Madrid, tiene uno de los fondos más interesantes sobre las Comunidades.

     Será en la década de los sesenta cuando se inicien una serie de investigaciones que tengan como objetivo la cuestión comunera: la del profesor Maravall, la del hispanista francés Joseph Pérez y la de J. Gutiérrez Nieto, pueden aún ser consideradas como las más representativas.

     Según la tesis de Maravall -Las Comunidades. Una primera revolución moderna- hay que ver en el alzamiento comunero la más temprana de las revoluciones de los tiempos modernos, adelantándose a Inglaterra y a Francia, en un intento por dar a Castilla una estructura política que pusiese un freno a la tendencia absolutista de la corona. Por su parte, tanto J. Pérez, como J. Gutiérrez Nieto - Las Comunidades como movimiento antiseñorial- , se fijaron preferentemente en los aspectos socio-económicos derivados del alzamiento comunero.

     González Alonso, en su artículo «Las Comunidades y la formación del Estado moderno», propuso que tanto en 1465, con la sentencia arbitral presentada por la nobleza a Enrique IV, como en 1520, con la Ley Perpetua, formulada por la Santa Junta comunera, son los viejos estamentos los que tratan de frenar el absolutismo regio: da la impresión de que la óptica de 1520 es la de 1465, afirma el autor.

     S. Haliczer -Los comuneros de Castilla. La forja de una revolución. 1475-1521- revisa distintas interpretaciones del movimiento a la luz del funcionalismo sociológico. Su tesis considera que los sectores urbanos en pleno desarrollo, que durante la guerra de sucesión de 1474-5 habían respaldado a Isabel, obtienen a principios del reinado de los Reyes Católicos algunas satisfacciones. Así, en el fondo el movimiento comunero significaría una rebelión del patriciado urbano contra la nobleza y su aliada, la corona. S. Haliczer considera que la revolución comunera introdujo cambios importantes en las relaciones de la corona con las elites urbanas de Castilla, y que Carlos asumió -al menos en parte- el programa comunero.

     Por el contrario, J. Pérez -La revolución de las Comunidades de Castilla- nos señala que la teoría del movimiento comunero está proporcionada por los frailes y letrados formados en las universidades de cuño escolástico; pero las Comunidades suponen ya una praxis, y ahí es donde entra en juego el aspecto revolucionario y moderno del movimiento.

     Recientemente ha aparecido la obra de P. Sánchez León -Absolutismo y comunidad. Los orígenes sociales de la guerra de los comuneros de Castilla- que escrita desde la sociología histórica, y apoyada sobre todo en el materialismo histórico. Desde allí, introduce un interesante análisis comparativo de las Comunidades, efectuando un contrapunto entre la paradigmática Segovia, y una Guadalajara aparentemente poco comprometida en los acontecimientos sediciosos.

     Así, las Comunidades se constituyen en un tema que conlleva innumerables problemáticas. Creo que dos son las que más han sobresalido en las investigaciones. Una tiene que ver con el tema de las Comunidades como movimiento antiseñorial, polémica puesta en escena por el profesor Moxó, para quien las Comunidades no pueden calificarse como un movimiento antiseñorial sin más, ya que por ejemplo, muchos linajes toledanos en el momento del alzamiento, eran comuneros y a la vez poseían importantes señoríos. Por otra parte, para García Sanz y analizando el caso segoviano, el patriciado urbano basa su riqueza en la propiedad rural y en la de ser señores de importantes rebaños de ganado lanar, obteniendo grandes beneficios, que de cara al movimiento comunero, los impulsó a buscar protección en el Alcázar, sujeto al rey durante el tiempo que duró el conflicto. También Ruiz Martín, aclara que entre la Grandeza y las ciudades de la meseta superior había una pugna de fuertes intereses económicos.

      La otra problemática gira en torno al tema de si las Comunidades fueron una revolución moderna o medieval, y si fueron una revolución. Ya adelanté la posición de Maravall, inclinándose por la primera postura. Quienes adoptan la segunda, están muy bien representados por el trabajo de J. Valdeón, quien vio en las Comunidades la última revuelta medieval, porque entiende que un movimiento de tal entidad, surgido apenas unos años después de la desaparición de los Reyes Católicos, no puede ser comprendido si prescindimos de sus antecedentes inmediatos, los cuales eran, sin la menor duda, medievales. La vieja disputa acerca de si las Comunidades fueron un conflicto político o social le parece fuera de lugar.

     Ciertamente había móviles políticos en las propuestas de los rebeldes, pero es imposible escindir el plano de lo político del plano de lo social. Por lo demás las Comunidades, como había ocurrido con las Hermandades un siglo antes, terminaron por luchar no sólo contra el bando realista en el sentido del monarca y sus consejeros áulicos, sino básicamente contra los grandes señores territoriales de Castilla.

     Tierno Galván encabeza la producción de esta segunda parte de nuestro siglo, considerando a las Comunidades como una guerra civil española, una guerra de intolerantes: «el emperador fue intolerante, los cabecillas comuneros fueron intolerantes. De la guerra castellana de las comunidades no salió nada nuevo, no fue asimilada y transformada, quedó ahí con sus tres caras de rencor, vencimiento y triunfo» ; y más adelante agrega: «Lo malo del caso es que aún hoy aquella guerra no está interpretada con penetración. Hay tópicos contrarios que permanecen sin cambios, como es connatural a las culturas «procesales», pero las preguntas básicas están sin responder. ¿Fue una guerra ideológica o una lucha de clases?; ¿Surgió de repente o es el resultado de una inquietud larvada durante años?; ¿Cuál fue el subsuelo económico, social y psicológico de la contienda?».

     Casi recientemente el análisis realizado por diversos investigadores, se dirige hacia la perspectiva eminentemente económica y en rasgos generales, social. Esto obviamente, está lejos de presentarse como homogéneo y coherente, incluso a pesar de servirse de un utillaje conceptual bastante consensuado. Así queda demostrado en un número monográfico de «Historia 16», en su número 53. Aquí, los principales especialistas en la cuestión sintetizan sus argumentos y opiniones sobre los factores desencadenantes y la naturaleza del levantamiento. Recorriendo sus páginas se hace evidente la persistencia de lagunas explicativas, perspectivas contradictorias, y lugares comunes que dejan abiertas numerosas preguntas.

     Otro tema atrae la atención: la cuestión si se quiere «ideológica», término que entrecomillo por no ser apropiado -creo- para la época que nos convoca.

     Diversas investigaciones han analizado con rigor y detalle diferentes aspectos económicos, sociales, políticos e ideológicos del contexto histórico, en el que las ciudades con voto en Cortes y las otras, expresaron violentamente el rechazo a las propuestas carloquintistas, permitiendo una visión bastante completa de la cadena de acontecimientos que llevó a la formación del bando rebelde y a su derrota en manos del ejército realista. Sin embargo, a pesar de proporcionar importantes claves para la ordenación de los datos relevantes, las investigaciones realizadas presentan un problema de inconsistencia entre los predicados generales de los que se sirven y la evidencia empírica en la que se apoyan.

     Ahora bien ¿Qué autores han concitado más la atención de quienes -a la hora de emprender una investigación sobre esta problemática, sobre todo en lo que tiene que ver con las explicaciones que sobre el ideario, se han impuesto- se han preocupado más que por las interpretaciones de tipo economicistas o exclusivamente sociales, por otras que intenten abarcar la problemática del pensamiento en general, por parte de los revolucionarios, de los realistas, en síntesis, de los protagonistas de la historia?

     Hasta el momento sigue siendo la obra de J. Maravall la que demanda preeminencia, tal vez porque vino a inaugurar las explicaciones sociales del levantamiento urbano, basado en la hipótesis de que el ideario político comunero expresó de manera dramática una primera y temprana crisis de la modernidad en España y en toda Europa. No hay dudas de que su tesis central es demasiado atractiva como para haber pasado desapercibida a adeptos y detractores de su obra. Los que se ubican en su línea, aplauden la puesta en escena de estos revolucionarios comuneros como preclaros visionarios del moderno estado de derecho en su forma parlamentaria.

     Es interesante incluir, dentro de estas notas historiográficas, un apartado que guíe al lector para la búsqueda de documentación sobre este tema.

     El Archivo General de Simancas, es de consulta obligatoria y fundamental para el período de los Austrias: los Memoriales, la sección de Comunidades de Castilla, la Cámara de Castilla, el Consejo Real, y el Registro General del Sello, se constituyen en los ítems fundamentales para encontrar interesante documentación sobre el tema.

     La mayor parte de los documentos existentes en Simancas, en número de 1823, los posee desde 1853, la Real Academia de la Historia, porque el archivero Juan Manuel García González, remitió copia de todos ellos. En Simancas, entre sus oficiales, se encontraba Atanasio Tomillo, que concibió la feliz idea de escribir una nueva historia de las Comunidades de Castilla, rectificando los muchos errores que contenían las publicaciones hasta ese entonces. Finalmente, Tomillo cede en octubre de 1895 a la Real Academia de la Historia su colección: 3820 documentos que ocupan 17000 folios, todos de transcritos de su puño y letra que sirve de anticipado cotejo a los anteriores enunciados. Así, los fondos más importantes se agrupan tanto en la colección Salazar, como en el fondo Tomillo.

     Entre los fondos documentales éditos, existe la memoria documentada de D. Francisco de Bofarull, bajo el nombre de Predilección del Emperador Carlos V por los catalanes; es una colección interesante de documentos inéditos desde 1516 hasta 1558, que comprende, entre otras cosas, el período de las Comunidades.

     Dentro del género de los cronistas, encontramos la Crónica y la Relación de las Comunidades de Castilla, de Pedro de Mexía, que en 1852 imprimiera la Biblioteca de Autores Españoles, con notas de Cayetano Rosell. La Narración del presbítero Juan Maldonado, traducida y anotada en 1840, por Quevedo; la Relación que compuso el toledano Pedro de Alcocer, comentada en 1872 por Antonio Gamero, y a esto podemos adicionar las notas que encontramos en Las Epístolas familiares de Antonio de Guevara, y en las de Pedro Mártir de Anglería.

     Fray Prudencio de Sandoval fue el primero que presentó un gran caudal de documentos inéditos, y desde entonces su obra se ha considerado como arsenal indispensable para tratar de las Comunidades de Castilla, juntamente con la Historia de Burgos, de Antonio Buitrago; la de Valladolid, por Juan Ortega y Matías Sangrador; la de Zamora, por Césareo Fernández Duro; la de Ávila por Juan Martin Carramolino; la de Segovia, por Diego de Colmenares; la de Murcia, por Francisco Cascales; la de Salamanca, por Villar y Macías, a la que agrego la recientemente coordinada por Ángel Rodríguez y dirigida José Luis Martín Rodríguez; la de Plasencia, por Alonso Fernández; la de Guadalajara, por Fernando Pecha; y los Anales de Aragón, por Jerónimo Zurita.

     Han pasado muchos años, y las publicaciones han iniciado una época de saludables rectificaciones, sobre todo en base a las fuentes y no a exaltaciones o críticas. Tal el caso del P. Teixidor, o de Antonio Rodríguez Villa, quien en la «Revista Europea», publica un manuscrito que conserva la Biblioteca del Monasterio del Escorial, titulado «La viuda de Juan de Padilla», y comienza diciendo: «La historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla, está aún por escribir. De tan memorable y trascendental alzamiento, lo que se conoce mejor es su sangriento y funesto desenlace. Quedaron en los campos de Villalar sepultadas las antiguas libertades castellanas, y en el Archivo General de Simancas arrojados y sumidos en la más profunda obscuridad, hasta muy entrado el siglo presente, los papeles relativos a aquel suceso; y mientras estos no nos revelen de una manera auténtica y fidedigna las verdaderas causas del alzamiento, sus alternativas, vicisitudes y los múltiples motivos que ocasionaron su rápida decadencia, no es posible, en medio de opiniones, apasionadas unas, incompletas otras, formar juicio exacto sobre esta empresa.

Fuente: cervantesvirtual.


Algunos títulos clásicos sobre las comunidades:





La Revuelta Comunera, según Joseph Pérez

martes, 10 de febrero de 2015

Prisa y la lista Falciani (hemeroteca)

Prisa estrena dueños: Telefónica, CaixaBank, Santander y HSBC
Prisa estrena accionistas de control en pro de su salvamento financiero. Cuatro de sus antiguos acreedores se revelan como los nuevos dueños del grupo de medios mientras los Polanco se ven arrinconados una vez más. Telefónica, CaixaBank, el Santander y HSBC ya controlan el doble de acciones de la editora de ‘El País’ que sus históricos fundadores. Invertia.com


“Que no ay cosa que más destruya a la república que consentir los príncipes cada día novedades en ella”.

Antonio Guevara, Reloj de Príncipes, Libro I, Capítulo XXIX.

lunes, 9 de febrero de 2015

Georges de la Tour






Ficche técnica 
Le Nouveau-né
Georges de La Tour (1593-1652)
dimension : H. 76 cm ; L. 91 cm
technique : huile sur toile
datation : vers 1648
lieu de conservation : Rennes, musée des Beaux-Arts


Pourquoi cette humanité nous touche-t-elle encore aujourd’hui ? 
En quoi ce tableau est-il unique dans la peinture française au XVIIe siècle ?
Le Nouveau-né a été attribué à Georges de La Tour en 1915 et a permis la redécouverte du peintre, après deux cent cinquante ans d’oubli. Ce tableau est considéré comme un chef-d’œuvre de sa maturité, mais reste néanmoins enveloppé d’un certain mystère.

SCÈNE QUOTIDIENNE OU RELIGIEUSE ?
Dans le silence de la nuit, deux femmes veillent sur un nouveau-né. La mère, habillée de rouge, est vue de face. Elle incarne toute mère inquiète pour la santé de son enfant. Son bébé semble assoupi juste après la tétée. Sa bouche est ouverte et les éclats de lumière sur le nez et sur le front révèlent une légère sueur. L’absence de sourcils et de cheveux témoigne d’une grande attention au réel [ détail b ]. Au XVIIe siècle, dans un monde où la très forte mortalité infantile incite à ne pas s’attacher aux nourrissons, on trouve en effet davantage d’enfants représentés plus âgés, potelés, remuants et rarement langés [ image 2 ]. La dignité et la mélancolie qui se lisent sur le visage de la mère [ détail c ], permettent de l’identifier à Marie, mère de Jésus, qui pressent le destin douloureux de son fils.

LUMIÈRE ET PURETÉ DES FORMES TRANSFIGURENT LE RÉEL
La flamme vacillante d’une bougie arrache les formes à l’obscurité de l’arrière-plan. Sa faible lumière les sculpte et réduit la palette des couleurs [ image principale ]. Elle fait écho à la fragilité de la vie et révèle en même temps l’essence divine de l’enfant. Le contraste entre clarté et ténèbres est particulièrement fort sur le visage de sa mère, tranché par l’arête vive du nez [ détail c ]. Les couleurs, limitées au rouge, au blanc et au mauve, se détachent sur un fond brun et peuvent être analysées de manière symbolique. Le blanc, associé à l’enfant qui vient de naître, renvoie à sa pureté et à son innocence. Le rouge dont est parée Marie préfigure la Passion de son fils. La figure de la mère, contrebalancée par celle d'une femme d'âge mûr, peut-être la grand-mère, est tout entière soumise à une géométrie qui assoit l’ensemble de la composition : bloc de la robe rouge ; triangle formé par la bordure brodée de la chemise ; ovale parfait du visage [ détail c ]. La perfection lisse de la surface peinte renforce la solennité de la scène.


DIURNES ET NOCTURNES
On distingue généralement dans l’œuvre de Georges de La Tour deux types de peintures : les diurnes où la scène se déroule sous la lumière du jour [ image 1 ], et les nocturnes. C’est à cette dernière catégorie qu’appartient Le Nouveau-né. Dans les tableaux nocturnes, la source lumineuse, ici la flamme d’une chandelle dissimulée par la main de la femme plus âgée, se trouve à l’intérieur de la composition. Le motif de la chandelle, de la torche ou du brasier qui éclaire l’obscurité de la nuit est de tradition nordique. On le retrouve notamment dans l’œuvre du peintre néerlandais Gerrit Van Honthorst [ image 3 ], qui fit un long séjour à Rome entre 1610 et 1620, environ.

Un monde silencieux

Dans les diurnes, comme Le Tricheur à l’as de carreau [ image 1 ], Georges de La Tour aime à peindre les accessoires raffinés avec précision et à mêler les physionomies, stylisées ou réalistes, dans des mises en scène fondées sur le jeu des mains et des regards complices. Dans les nocturnes, les accessoires deviennent progressivement plus discrets et de simples lueurs au fond des yeux remplacent gestes et mimiques. Ces nocturnes, à la facture de plus en plus soignée et au style épuré, décrivent un monde clos, sans décor, dans lequel les personnages, immobiles, graves et silencieux, expriment un sentiment profond. Le Nouveau-né du musée de Rennes où l’attention du spectateur est attirée sur la vie intérieure des êtres, en est l’un des plus beaux exemples.

LA TOUR, LE PLUS POPULAIRE DES PEINTRES CARAVAGESQUES FRANÇAIS

Sobriété de la composition, effet de clair-obscur accentué, naturalisme, sont des éléments caractéristiques d’un courant artistique initié à Rome au début du XVIIe siècle par Caravage et baptisé caravagisme. Tout au long de sa carrière, Caravage traite les thèmes sacrés comme s’il s’agissait de scènes de genre en les immergeant dans un quotidien ordinaire, loin du décorum attendu dans un contexte religieux. Cela apparaît clairement dans une œuvre comme l’Adoration des bergers où la Vierge est représentée nonchalamment étendue sur la paille, serrant tendrement son fils contre son sein [ image 2 ]. Ce courant a connu un tel succès non seulement auprès des artistes italiens, mais aussi auprès des artistes français, flamands et néerlandais [ image 3 ] de passage à Rome, qu’il s’est très rapidement diffusé dans toute l’Europe. Ainsi, même des artistes comme Georges de La Tour, qui n’ont probablement jamais fait le voyage d’Italie, ont-ils pu s’imprégner de ces idées nouvelles.

ISABELLE MAJOREL





El Hereje



El Hereje, algo de bibliografía

Álvarez de la Rosa, A., “Delibes y Michel del Castillo: el hereje y el inquisidor”, María Teresa Ramos Gómez (dir. congr.), Catherine Desprès Caubrière (dir. congr.), Percepción y Realidad. Estudios Francofónos, Valladolid, Universidad, 2007, pp. 377-383.
Ambassa Lascidyl, C., “Sentido del tríptico mujer-niño-muerte en El Hereje de Miguel Delibes, Aula: Revista de Pedagogía de la Universidad de Salamanca, 12 (2000), pp. 213-222
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martes, 3 de febrero de 2015

Algo de bibliografía

Alumbrados
(en construcción)

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Márquez, Antonio (1972), Los alumbrados: orígenes y filosofia, 1525–1559, Madrid, Taurus.
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Protestantismo
(en construcción)
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Dedieu, Jean-Pierre, «Le modèle religieux : le refus de la Réforme et le contrôle de la pensée », in B. Bennassar, dir., L'Inquisition espagnole, XVe-XIXe siècle, Paris, Hachette, 1979, p. 269-303.
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Martínez Millán, José. "Inquisición y Contrarreforma", en: AA.W, Los inquisidores, Vitoria, 1993, p. 105-154.

Bataillon, Marcel, Erasme et l'Espagne. Recherches sur l'histoire spirituelle du XVIe siècle, Paris Droz, 1937.


Augustin Redondo, "Luther et l'Espagne de 1520 à 1536", Mélanges de la Casa de Velázquez, 1965, Volume 1, Numéro 1, pp. 109-165.





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Las lecciones del caso Monedero

lunes, 2 de febrero de 2015


Teófanes Egido, catedrático jubilado de Historia Moderna y cronista oficial de Valladolid, participó en un ciclo de tertulias dedicadas a la figura de Miguel Delibes. En la suya, titulada "Valladolid, Ciudad de El Hereje" habló del siglo XVI y de cómo éste queda reflejado en las páginas de la novela 'El Hereje'.

Bartolomé Bennassar, Valladolid au Siècle d'Or. Une ville de Castiïle et sa campagne au XVIe siècle. Paris-La Haye, Mouton et Cie, 1967

Préface à la deuxième édition
Bartolomé Bennassar
p. I-III
TEXT AUTHOR
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1Quelque 30 ans (32 exactement) ont passé depuis que ce livre a été publié. Il se trouve qu’il obtint assez vite en Espagne une audience assez considérable parmi les jeunes historiens de ce pays à qui seuls pouvaient servir de guides, sur la voie d’une « histoire totale », telle que la professait le groupe des Annales, un Jaime Vicens Vivés et ses disciples déjà émancipés, Jordi Nadal ou Joan Regla, un Ramon Carande, un Felipe Ruiz Martin, ou un Antonio Dominguez Ortiz qui, pendant deux décennies au moins, durent accepter une « traversée du désert ». Car, pour des raisons évidentes, si l’histoire comme discipline était reconnue en Espagne comme une activité intellectuelle recommandable, elle était vouée presque toujours à la célébration des vertus traditionnelles chères à l’hispanité, des gloires du passé et de l’Espagne catholique du Siècle d’Or ou des fastes de la découverte et de la conquête des « Indes ». L’histoire urbaine était à peu près ignorée. Il faut reconnaître également que les historiens espagnols n’avaient, pour la plupart, ni les moyens matériels ni le temps de conduire des recherches de longue haleine. Je n’eus donc pas grand mérite à susciter l’intérêt de mes collègues d’outre-Pyrénées. Mon livre avait pour eux l’attrait de la nouveauté, qu’il s’agisse de l’utilisation des sources, des méthodes, et notamment de l’emploi simultané de l’histoire sérielle et des « études de cas », de ce que l’on allait appeler la problématique enfin. Ce furent donc pour une bonne part les jeunes historiens espagnols qui contribuèrent à l’épuisement relativement rapide de la première édition française. Et ce fut la raison des deux éditions successives (1983 et 1988) de la traduction espagnole, réalisée par le département de français de l’Université de Valladolid, sous l’impulsion de la municipalité de cette ville, puis en accord avec un éditeur castillan. Les premiers grands travaux de l’histoire urbaine espagnole, pour la période moderne, consacrés à Murcie, Caceres, Cordoue, avouèrent avec beaucoup d’humilité que « le Valladolid » leur avait inspiré une part de leurs méthodes et de leurs idées. On me pardonnera d’écrire cela aujourd’hui très simplement et sans aucune vanité.

2Car, pour ma part, je n’avais pas manqué de modèles ou de sujets de comparaison. J’avais pu profiter des travaux de Pierre Goubert sur Beauvais et le Beauvaisis, paru en 1960, mais aussi du Vie économique et sociale de Rome dans la deuxième moitié du xvie siècle, (1957-1959) de Jean Delumeau et, grâce à des colloques ou à des échanges informels, d’autres recherches d’histoire urbaine parallèles à la mienne dont les résultats furent publiés soit à la même époque, ainsi Amiens, capitale provinciale, de Pierre Deyon, (1967), ou les grands ouvrages sur Lyon de Richard Gascon et Maurice Garden, parus en 1970 et 1971, soit un peu plus tard comme Les négociants bordelais de Paul Butel (1974) ou le grand travail consacré à Caen de Jean-Claude Perrot (1975) pour m’en tenir à quelques exemples remarquables. De surcroît, les historiens français avaient déjà alors des contacts fructueux avec leurs collègues étrangers, anglais, belges et italiens notamment.

3De la sorte, je ne devais affronter véritablement qu’un seul défi, celui des sources qui n’étaient évidemment pas une simple version espagnole des sources françaises, même si les actes de délibérations municipales, les registres paroissiaux ou notariaux ont la même importance au sud et au nord des Pyrénées. Mais j’eus la chance de bénéficier dans cette quête des sources du soutien et des conseils inappréciables de Felipe Ruiz Martin, de sa sollicitude devrais-je dire. Il eut aussi la gentillesse de m’introduire auprès des directeurs des principaux dépôts d’archives où je devais travailler et notamment de l’Archivo Historico de Simancas. Je profitai aussi de l’expérience de l’un de mes prédécesseurs français dans l’exploration des archives espagnoles, Henri Lapeyre, aujourd’hui disparu, dont je mesure mieux maintenant la générosité.

4Je voudrais aussi affirmer l’importance qu’eut pour moi, tout au long des onze années de travail que ce livre me coûta, le magistère de Fernand Braudel. Certes, je n’assistai que deux fois à son séminaire. Mais il me reçut chez lui durant plusieurs heures à quatre reprises, me fit part de ses suggestions, m’intima l’ordre de réécrire intégralement la première partie de mon travail, qu’il avait jugée bien trop scolaire, ce dont je lui demeure profondément reconnaissant, prit la peine de m’envoyer deux documents qu’il avait découverts au British Museum, répondit à chacune de mes lettres, ce qui n’était pas d’usage si courant chez les maîtres parisiens, j’eus l’occasion, à la même époque, d’en juger. Il me fit part de son hypothèse, qui devait s’avérer décisive : Valladolid pouvait être une sorte d’anticipation du Madrid futur, une capitale bureaucratique où s’étaient ébauchés quelques uns des caractères distinctifs de la Castille moderne. Il sut aussi m’inspirer un souci de l’écriture qui est une forme de respect à l’égard des lecteurs. Certes, une telle expérience n’est que la mienne et je ne prétends pas qu’elle ait valeur générale. Mais à l’heure où s’expriment des frustrations et des rancunes qui peuvent ternir l’image personnelle d’un historien d’exception, je tenais à produire ce témoignage.

5Les lacunes de ce livre sont de la responsabilité de l’auteur, à quelques réserves près. Je n’ai pu durant les longues années de mon enquête accéder aux précieux dépôts de la cathédrale de Valladolid qui n’étaient ni classés ni ouverts. Le fonds de la Real Chancilleria, instance administrative et judiciaire, riche de milliers de liasses, ne disposait d’aucun catalogue fiable. Mais ces réalités ne m’exonèrent pas de carences évidentes, dont je pris conscience progressivement tandis que l’historiographie espagnole rattrapait son retard. Le gouvernement municipal, siège de tensions et de conflits multiples et significatifs, méritait beaucoup plus et beaucoup mieux que je ne lui ai donné. Les grands seigneurs dont plusieurs possédaient des palais à Valladolid et dont j’ai évoqué bien trop rapidement la présence, par exemple à l’occasion des collections de tableaux, exercèrent dans cette ville un rôle politique et social qui n’apparaît guère dans ces pages. La naissance et l’essor au cœur de la Castille des premiers cercles « protestants » auxquels participèrent des personnalités vallisolétanes intéressantes n’ont suscité que deux pages dans ce livre. Et l’inventaire de mes carences n’est évidemment pas exhaustif. On me pardonnera peut-être, malgré tout, de conserver la fierté d’avoir ouvert le chantier de l’histoire urbaine en Espagne à l’époque moderne et ce n’est peut-être pas par hasard que Valladolid est sans doute aujourd’hui la ville d’Espagne dont l’histoire est la mieux connue dans la longue durée, du xiiie au xxe siècle. Mais Séville, Cadix, Saint-Jacques de Compostelle, Orihuela, Saragosse, Gérone, Burgos, Ségovie, Tolède enfin, ont fait l’objet de travaux importants, bien que l’histoire rurale ait conservé en Espagne une avance remarquable.

6Pourquoi le cacher ? Au soir de ma vie, la réédition d’une œuvre qui fut une part de ma jeunesse me procure un petit bonheur.

AUTHOR

Bartolomé Bennassar
(janvier 1999)
© Éditions de l’Éc

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