domingo, 30 de septiembre de 2012

Tampoco fue santa


El profesor Herminio Ramos ha escrito en su habitual sección de este periódico que la Transición «no fue tan modélica ni tan feliz»; ni tan santa, en opinión de algún clérigo fundamentalista que llegó a considerarla consecuencia del perjurio de una clase política. Para otros con la Transición se abrió la Caja de Pandora de la que han salido los graves males del presente: la quebrantada paz social, la degeneración de la moral pública, el peligro inminente de rompimiento de la unidad nacional etc, etc. Es cierto que en su día el cambio fue recibido con satisfacción y esperanza en el país y complacencia en el extranjero; pero no pocos españoles se sintieron profundamente defraudados y tristes porque creían que en cierto modo se trastocaba el signo de la ya lejana contienda civil. Lógicas reacciones, porque ninguna decisión política tiene la virtud de contentar a todos; unos ganan y otros, no; lo corriente es que son más numerosos los ganadores. Herminio Ramos ha llegado a la citada conclusión «echando la vista atrás» y contemplando «donde estamos». O sea: «sic rebus stantibus», es llegado el momento de recordar con talante sincero. Recordamos:

Muerto Franco, dos posturas antagónicas se manifestaron ante el ineludible cambio político. La resurgida izquierda y compañía propugnaban la ruptura radical e inmediata con el régimen anterior, y en consecuencia aconsejaron la abstención en el referendo sobre la ley de Reforma: «Votes sí, votes no es lo mismo, ayudas al fascismo». De la otra parte, los herederos del franquismo (¿a beneficio de inventario?) defendían la reforma argumentando para evitar suspicacias de los suyos: Se conserva lo que vale, se reforma lo que se quiere conservar. ¿Qué es lo que valía y se iba a conservar? Los hechos han de mostrado que pocos valores esenciales merecieron el privilegio de ser conservados. Pronto se supo quienés -democráticamente, por supuesto- se habían llevado el agua a su molino: se produjo la ruptura total, y enardecido, uno de los triunfadores prometió que pronto España no sería reconocida ni por la madre que la parió. Aquel pronóstico que sonaba a chulesca amenaza, se ha cumplido con creces. Y en este caso hay que llorar por la leche derramada.

Parece normal y lógico que los ganadores cuenten a su gusto la guerra. Así se hizo en el franquismo y, acaso con mayor descaro, se expresan los agraciados con el regalo de la victoria inesperada. En el último de sus artículos publicados en ABC, Hermann Terlsch, comentarista pugnaz y bien informado denuncia la imposición del dogma de la izquierda sobre la sociedad antifranquista, aceptado por una derecha cobarde. Lo que es evidente no necesita demostración, y es universalmente reconocida la dominación hegemónica de los partidos izquierdistas sobre la propaganda. Pero se nos antoja inevitable ponderar el tratamiento exquisito dispensado por políticos y comentaristas de todo signo a Santiago Carrillo, a quien Dios haya concedido la gloria que por las trazas él no esperaba. «De mortuis nil nissi bonum», reza una caritativa frase latina: de los muertos hay que decir solo lo bueno. Pero no está permitido exagerar las virtudes ni siquiera en la homilía litúrgica de las misas de difuntos. Han llovido los elogios al famoso comunista: solo le ha faltado que alguno de sus devotos lo considerara patricio ejemplar y bonachón. Sin embargo, más de un articulista lo ha presentado como el gran factotum de la Transición. Es verdad que convencido según se dijo, por su camarada Ceaucescu, se avino a desempeñar un papel relevante, tal vez fundamental en los momentos difíciles del cambio. El ideólogo, el factor y el motor del cambio fueron otros, como se ha repetido con insistencia, a veces empalagosa. Si no padre, podría ser reconocido padrino de la Transición; también podrían ser considerados padrinos Ceaucescu, ajusticiado por genocida; Olov Palme, el sueco de la hucha, asesinado en circunstancias oscuras; el presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez, procesado por malversación; y otras figuras políticas extranjeras de mayor relieve y muy distinta categoría moral. La cosa es que la Transición mereció mejores padrinos. Pero de la Transición se ha escrito mucho y no se ha contado todo.

RUFO GAMAZO RICO, La Opinión de Zamora.

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